CINE
La competencia oficial del Festival de Cannes trajo ayer un film de una nobleza y una severidad que se corresponden con la obra previa de sus realizadores, los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne. Doblemente ganadores de la Palma de Oro, primero con Rosetta (1999) y luego con El niño (2005), los Dardenne vinieron ahora a Cannes con Le silence de Lorna, la historia de una joven inmigrante albanesa que se ve inmersa en una pesadilla con tal de conseguir no sólo la ciudadanía belga, sino también los recursos necesarios para abrirse camino en el supuesto paraíso europeo. Siempre del lado de los débiles y los desposeídos, aquí los Dardenne siguen siendo fieles a su cine y a su manera de ver el mundo, pero le agregan una nueva dimensión a un cuerpo de obra sólido como pocos. En la alineación progresiva que se va apoderando de Lorna hay –larvada, paulatina, casi oculta– una historia de amor, que resignificará el final del film, seco y crudo como siempre en los Dardenne, pero también siempre abierto a la esperanza de una juventud en la cual estos cineastas belgas tienen una fe militante, inquebrantable. No se puede decir que Le silence de Lorna esté a la altura de sus mejores films –le falta quizá la intensidad de Rosetta y la complejidad de El hijo– pero sí quizás uno de sus más emotivos.
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