Domingo, 14 de septiembre de 2008 | Hoy
OPINIóN
Por Martín Bergel *
Desde que el retorno de la democracia en 1983 aseguró un largo e inédito período de estabilidad al sistema universitario y académico argentino, la centenaria Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos experimentó un recambio que trastrocó profundamente su fisonomía. Entre los muchos resultados de esa nueva etapa –cuyo balance crítico, necesariamente complejo y ambivalente, está lejos de haberse realizado aún–, un renglón indudablemente positivo radica en la consolidación de un conjunto de cátedras y docentes de primer nivel, que renovaron los enfoques disciplinares formando camadas de alumnos y jóvenes investigadores. En cambio, no son tantos los docentes del edificio de la calle Puán de los últimos veinte años que merezcan el nombre de profesor, si aceptamos por un momento restringir el uso de esa palabra recubriéndola del lustre que en el pasado de esa institución pudieron ostentar figuras de la talla de Ernesto Quesada o José Luis Romero.
La publicación póstuma de las lecciones que Oscar Terán, por más de veinte años, impartió desde las clases teóricas de su cátedra Pensamiento Argentino y Latinoamericano, resulta un indicador de que estamos ante un libro de uno de esos contados profesores. Una prueba de ello es que el género mismo es infrecuente en Argentina: si en Francia, por caso, son célebres algunas “lecciones inaugurales”, y todavía hoy se editan los materiales que estructuraban las clases de Foucault o Deleuze, el género lecciones –esto es, al menos en el caso de Terán: los temas e hipótesis, interiores a un campo de saber, largamente macerados y puestos a prueba ante sucesivas cohortes de estudiantes– escasea entre nosotros.
Pero si Terán supo ser cabalmente un profesor, lo fue además por razones que exceden a las que pueden extraerse del objeto libro que ahora se publica. Si su escritura recorre la historia de las ideas argentinas combinando con singular virtuosismo datos, conceptos y elegancia estética, en la manera de dictar sus clases se revelaba nada más y nada menos que la existencia de un estilo. En su forma sugerente y rigurosa de vincular las altas filosofías de la modernidad con aspectos pedestres de la cultura argentina, en sus giros estetizantes alejados de todo divismo, en su modo de articular las palabras con los silencios, en su manera de intersectar sutilmente su biografía y sus recuerdos personales con capítulos de la historia política e intelectual del país, en fin, en todo aquello que le otorgaba un aire parco y, a la vez, y sin proponérselo, rayano en el dandismo –de un modo tal que, ya sexagenario, seguía gozando largamente del anhelo más o menos confesado del común de los docentes varones: el de causar cuanto menos inquietud en el alumnado femenino–, las clases de Terán tenían el plus decisivo que hace que un discurso verdadero sea un discurso persuasivo: eran clases cautivantes.
Por todo ello, quienes tuvimos la fortuna de pasar por su cátedra y trabajar con él leeremos estas lecciones con el placer que siempre generaban sus textos, pero también con la melancolía por recordar su palabra viva, aquella que puesta en acto en sus clases o en una reunión cualquiera cortaba brevemente el aire y obligaba a la atenta y deslumbrada escucha.
* Ex alumno y docente de Pensamiento Argentino y Latinoamericano.
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