Cuando se le pregunta si considera que la educación cinematográfica del espectador medio es muy pobre, Alonso recuerda que antes hablaba mal de productores, distribuidores, fundaciones, directores y exhibidores. “Ahora, para defender al cine, no me queda más que criticar al público. Cierto público que va al cine podría elegir un poco mejor dónde invertir el dinero. Hay de todo, digamos. Yo sé que mi propuesta no es para todo el mundo, así que me la banco. No voy a pretender muchísimos espectadores o llenar toda la sala porque sé que la película no está hecha para eso. Siempre digo que prefiero cinco espectadores que se la acuerden cinco años que un millón que se la olviden a la media hora. Y después, lo que me queda es confiar en las películas. Yo creo que si son lo suficientemente sólidas y honestas van a perdurar en el tiempo. Es lo que a mí me daría mayor placer: que dentro de veinte o treinta años todavía pueda pasarlas.”

–¿Apunta a un público más inquieto, más curioso, más abierto?

–Apunto al público que quiera ver la película. Evidentemente, el tipo que sale con toda la euforia de ver Hancock no va a disfrutar este tipo de película, por más que yo disfrute Hancock. Esa es la diferencia. Para tener un público medio sería ideal equilibrar un poco la balanza. Hoy por hoy, la veo muy desbalanceada. Y todo lo que esté lejos del formato Hollywood parece que ni siquiera fuera una propuesta cinematográfica para mucho público. Por eso también me alejé mucho de los multiplex porque, evidentemente, si había alguien que no encontraba una entrada para ir a ver una película del formato de Hollywood y, de rebote, se metía a ver Liverpool, iba a estar toda la semana puteando a la película y putéandome a mí. Y eso no le conviene ni a la película ni a mí, ni al espectador.