CINE › OPINIóN
› Por Daniel Burman *
Consideremos, como hipótesis provisoria, que existe un sector de la producción cinematográfica que piensa la actividad también como un proceso productivo. Como ámbito de desarrollo profesional de las personas que trabajan en las películas. Supongamos que ese sector pretende una continuidad en la producción, con condiciones laborales que permitan, a quienes son parte de este proceso, vivir cada vez mejor. Hay un “también”, que figura al comienzo de esta columna, que no es inocente. Alude a que esos objetivos no implican renunciar a otras pretensiones, tales como contar una historia, arrancar lágrimas y/o sonrisas en espectadores, traerse premios de festivales, hacer felices a nuestras madres con críticas positivas. Y –por qué no– almorzar con Mirtha.
Según esta hipótesis, ese sector del cine argentino pretendería conjugar ambos intereses. En la realidad que vivimos, esta hipótesis se torna prácticamente inviable. No voy a invertir las pocas letritas que me quedan (me pidieron que no me pasara de los 2500 caracteres, incluyendo espacios) en preguntas que ya nos hicimos antes en otros balances. Mientras discutimos la eficacia de una resolución de cuota de pantalla, o por qué nuestras tías no van a ver películas en plano secuencia, la explotación comercial y el modo de ver cine han cambiado de una manera brutal y seguramente irreversible. Cada vez se consumen más imágenes pero cada vez se paga menos por ellas. La excitación y fascinación que provocan las nuevas tecnologías disimula el vapuleo que sufren los derechos intelectuales.
En función de esto propongo algunas preguntas nuevas, que bien podrían encontrar respuestas en contracolumnas o mesas de debate. ¿No deberíamos desarrollar nuevos canales de exhibición y consumo de nuestros productos cinematográficos? ¿No deberíamos preocuparnos seriamente por la piratería y persuadir a quienes deben combatirla de que lo hagan con un poquito más de entusiasmo? ¿Y si charlamos con los señores de la tele, a ver si pasan películas argentinas más seguido y en una de esas nuestro público empieza a conocer y querer a nuestro cine, y después piden más? ¿Y si las distribuidores extranjeras (las llamadas majors) invirtieran un porcentaje de sus ganancias en producción nacional, como sucede en Brasil? ¡Oh! De pronto advierto que casi me paso de los 2500 caracteres. Sigo haciéndome preguntas para adentro, y después cada uno sigue con los caracteres que le tocaron.
* Director de, entre otras, El abrazo partido y El nido vacío y coproductor de Motivos para no enamorarse.
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