Sábado, 17 de enero de 2009 | Hoy
- Alejandro Del Prado (ex guitarrista de Zitarrosa): “La primera cita con él fue en un estudio de México. Zitarrosa estaba en penumbras, vestido de marrón, y su veredicto fue seco: ‘No tengo laburo, eh’. Pero al tiempo me llamó mi amigo y me dijo que Alfredo había escuchado una milonga mía... así que entré al grupo como acompañante de guitarra. La primera presentación fue en el Teatro de la Ciudad (Distrito Federal) y me dieron el guitarrón. Yo no tenía, y él me dijo ‘el albañil necesita sus herramientas, el carpintero también, y el músico necesita su guitarrón’. Era una cargada (risas). Me dio uno él y me dijo que lo tenía que pagar, pero era otra mentira. Así empezó una larga gira. Yo tenía 26 años y, en ese momento, Alfredo había dejado de tomar porque venía muy mal de España, donde había llegado a tomar tres botellas de whisky por día. Cuando lo conocí, tenía un problema grande con las jaquecas. Sufría mucho. Era un tipo muy especial, emotivo, que a veces no podía tocar por sus dolores”.
- César Isella: “Desde 1970 al ’73 pasamos largo tiempo juntos en Chile acompañando la experiencia maravillosa de la Unidad Popular de Salvador Allende –compartíamos militancia política junto a la canción, y nuestra presencia marcaba fuertemente ese acto solidario, en este caso de Argentina y Uruguay, que habitaba en nosotros hacia un mundo mejor, que era el camino al socialismo–. Fue el llamado Tancazo, el primer intento de golpe a la democracia. Almorzábamos todos los días en la Universidad Técnica junto a Víctor Jara, Angel e Isabel Parra, los Quilapayún, los Inti Illimani y muchos otros militantes del mundo que acompañaban esta experiencia. Habíamos participado de un festival en el Estadio Chile (hoy Víctor Jara) y con lo recaudado se planeaba posibilitar a la juventud que viajara a la República Democrática de Alemania. Hay un disco editado de ese festival en donde yo canto ‘Soneto 93’ de Neruda. A principios de septiembre, Alfredo me pide en Santiago que lo acompañe hasta Buenos Aires, ya que tenía un tema familiar ineludible. Lo hicimos y eso –tal vez– nos salvó la vida, ya que el 11 de septiembre Pinochet da el golpe y arrasa también con la gente de cultura que almorzaba en la Universidad. Alfredo, hombre pa’dentro, fabuloso compositor en sus silencios... él hablaba por sus canciones. Yo grabé sus temas, él los míos y nos respetábamos. Nuestras íntimas charlas siempre fueron bien regadas, pero teníamos claros los objetivos militantes de nuestra canción de unión latinoamericana. No hay duda de que Zitarrosa ha sido el más puro compositor uruguayo y uno de los más grandes representantes de la lucha por los pueblos de América latina. Cuando murió yo estaba de director del Centro Cultural San Martín y programé un homenaje que fue imponente. Luego grabé un disco con sus canciones. Su obra junto a él pulula por el mundo. En su garganta y en la de muchísimos cantores que supieron respetarlo y amarlo como un símbolo maravilloso de nuestra generación”.
- Teresa Parodi: “Se lo extraña a Zitarrosa. Su paso en la marcha. Su voz en el coro. Su acorde en la orquesta. Nadie puede ocupar su lugar. Quién se atrevería. Yo lo pienso en milonga, al compañero. Lo pienso en la rueda, con la palabra alzada como un trueno. Dispuesto a desplegar su melodía infinita para abrazar al mundo. Para abrazar a América, la descalza, la sola, la que espera todavía. No le gustaba que le dijeran poeta. Pero lo era. Su guitarra, la negra, la que sabía tanto del pueblo, le cantaba los versos que escribía encendido y amante como ninguno y nunca. A veces me parece que vendrá desde el fondo de una calle cualquiera con su girón de sueños y pasiones y lágrimas a revertir la historia. Sé que está entre nosotros. Le está pulsando el alma a ese futuro que nos hallará libres o condenados según vayamos haciendo lo que falta para que el amor reine sin altibajos y la justicia sea tan cotidiana que no haya duda. Fuimos amigos. Me honró con eso. Vive en su música. Lo encuentro allí. Hombre infinito el uruguayo, poeta y cumpa”.
- Suna Rocha: “Zitarrosa forma parte del cancionero testimonial de esta América profunda. Ha sido un autor de fuste y de compromiso ineludible. Engrosó la lista de los que se tuvieron que ir precisamente por ser la voz de los que no tienen voz. Su obra ha sido interpretada por todos los artistas de América. De voz grave, imponía su respetable figura arriba de un escenario. Por eso lo recordaremos siempre”.
- Beto Satragni: “Tuve la fortuna de ser convocado por mi amigo, el poeta uruguayo Macunaíma, para llevar las pertenencias de Zitarrosa en mi auto, el día que él volvía al Uruguay después de años de exilio. Esa mañana me tocó golpear la puerta de su casa para ayudarlo a él, pero el ayudado fui yo al tomarme un mate y una grapa con semejante persona. Ese día había otros poetas uruguayos, Benavídez entre ellos, y lo acompañamos al aeropuerto. En Carrasco lo esperaba medio país”.
- Juan Falú: “Grande, profundo, sobrio, poético, cantor que supo honrar a las guitarras y que tradujo esperanzas y sentires de un pueblo. Pero Zitarrosa trasciende todo lo que de él pueda decirse. Simplemente debemos escucharlo y descubrir que el arte no es un pasatiempo, sino un modo bello de descubrir las luces y sombras de la vida”.
- Omar Mollo: “Siempre pensé que lo de él tenía un valor agregado. Esa sensibilidad y esa cosa tan distintiva y natural que lo hizo artista desde que nació, y ahí está el asunto: nació de su mamá biológica y fue criado en otro ámbito, le ‘pusieron’ otra mamá, otra familia..., y dicen –lo viví en el transcurso de mi vida– que la gente que pasó esas cosas, tiene un poquito más de algo. Entonces, más allá de ese talento y ese artista y esa circunstancia de vida, fue un ciudadano latinoamericano. Dejó huella acá y allá, en tantos lados. Lo mejor es que puedo oír a muchos, pero a él lo distingo fácilmente. Me llega. Me gusta y le estoy agradecido”.
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