Miércoles, 18 de febrero de 2009 | Hoy
LITERATURA
A mí me gusta teclear con todos los dedos, con todos los dedos, con todos los dedos. Y sentir, cuando termine la vida –esto es el colmo de la literatura– sentir que ni un granito de arena pudimos tocar con todos los dedos. “Incluso así –con todo lo que hicimos... si querés...–”, decirnos moviendo un poco la cabeza rezongones, como permitiéndonos esa licencia (total hicimos tanto que es casi como decir “Perdón mi Dios, también soy un niño”). Como si no hubiéramos sabido desde siempre que ni siquiera la Muerte, ¡ni siquiera! –“¡Una señora, mi querido!”–, aunque ahítos, ay (se escucharon nuestros ayes –lo tuvimos en cuenta–), ahítos de tragedia y embelesados por la delicia de la cosa exquisita, le dedicábamos todas nuestras zalemas, le regalábamos bombones, le suplicábamos por cinco minutos más, rogando morir con dignidad –que eso sí que es el colmo de la literatura–. “Con tanta dedicación que pusimos”, insistir con la cabeza más bien gacha, para ser sotreta hasta el final, nos atreveríamos total a confesar no pudiendo creer que se juegue a los dados nuestra única túnica, enteramente tecleada con todos los dedos con todos los dedos, con todos los dedos. “Y sin embargo igual, ¡la pucha!”, decirnos –también–, mirando: las últimas poblaciones amenazadas por el nubarrón inmenso (cubre toda la pampa) que tomará la forma de las sombras de mis delgados dedos obstinados tocando todo con todos los dedos, con todos los dedos.
* Fragmento de “¡Que salga el autor!” en Melodías argentinas.
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