Sábado, 21 de marzo de 2009 | Hoy
OPINIóN
Por Daniel Divinsky *
Un pura sangre, o no sé si debería decir “un pura tinta”, desaparece con la muerte de Peña Lillo. Si un hipotético diccionario enciclopédico hubiera tenido la peregrina idea de incluir la definición de “editor argentino”, debería haberla ilustrado con una foto de don Arturo, con el énfasis puesto en los dos vocablos. Porque Peña Lillo fue genéticamente editor, tanto en sus épocas heroicas como en las más calmas de los últimos años, comprometido con lo que publicaba: alguien que tomaba la decisión editorial sin mirar al mercado ni siquiera de reojo. No porque fuera suicida –no hubiera sobrevivido su empresa tantos años, aun con algunos sobresaltos–, sino porque publicaba lo que consideraba que debía publicar.
Nunca fui su amigo, tal vez por motivos de tipo generacional, ni compartí con él un café. Pero admiré, sin embargo, a la distancia, su tesón y su coherencia y sólo oí mencionar su nombre con respeto lindante en la veneración. Era uno de “nosotros” y no tiene reemplazo.
* Editor.
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