Adaptarse a un nuevo lugar de residencia siempre trae roces. A Bracken no le faltaron, al punto de que casi se liga un par de sopapos. “El primer auto que me compré cuando ya estaba instalado aquí fue un Renault 12. La mujer que me lo vendió me cagó mal con los impuestos. Quedé con una deuda de diez mil pesos. Le debe haber resultado fácil, porque yo no cazaba un fulbo”, reconoce. “‘Es un buen vehículo’, me decían, y aparte me aseguraban que los repuestos eran baratos y fáciles de conseguir. Mucho dolor de huevo con ese auto. Lo vendí y salí a buscar otro. Encontré una chata en una concesionaria. Me encantaba, el asunto es que no llegaba con la plata. Entonces busqué al dueño y lo convencí de que me la vendiera directamente y más barato, salteando al tipo que la tenía en exhibición. Un día después paso por la concesionaria y veo que de adentro sale el que atendía, con el puño en el aire y gritándome ‘¡norteamericano garca!’. Yo no sabía qué significaba ‘garca’, aunque sospeché que había llegado a la argentinidad.”
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