TEATRO
La trayectoria de Gustavo Bonamino (licenciado en Ciencias de la Comunicación en la UBA) arranca en la década del ’80. Se inició como actor estudiando con los maestros Felisa Yeni y Jaime Kogan, en el teatro Payró. Debutó con Historia del zoo, de Edward Albee, época en la que completaba su formación en la Escuela Nacional de Arte Dramático. Participó de Teatro Abierto 1982 actuando en el elenco de Los desalojos, de Florencio Sánchez, codirigida por Eduardo Arguibel y Hugo Viviani. Cuenta que desde un año antes militaba políticamente en el Partido Intransigente, fundado en 1972 por Oscar Alende, y que hoy extraña aquel tiempo en que se discutía fuerte por cuestiones de estética: “Nos agarrábamos a trompadas. Estaban los brechtianos, los que apostaban al teatro de calle, los que empezaban como posmodernos... Ahora todo es más lánguido, o más rizomático, diría Gilles Deleuze”. Trabajó en cine (La amiga y Desembarcos), y en teatro como actor durante quince años. Luego de asistir al taller de Agustín Alezzo se decidió por la dirección y la puesta en escena. Entre otros títulos menciona Roberto Zucco, de Bernard-Marie Koltès, con un elenco del IUNA; La gaviota, de Anton Chéjov, y un espectáculo tipo show, Dime como juegas, creado por Lalo Mir. En El Bardo puso en escena Danza macabra, de August Strindberg; Medea, una tragedia miserable y la más reciente Divinas palabras. Codirigió la revista Ritornello, junto a Fernando Orecchio; escribe ensayos sobre pedagogía teatral y mantiene su cargo de profesor en el IUNA. Tiene en carpeta una versión de Hamlet, una trilogía con obras cortas de Bernard-Marie Koltès (Tabataba), Fernando Arrabal y Harold Pinter, y un proyecto de 1980 que aún no pudo concretar: dirigir Botín, del inglés Joe Orton.
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