TELEVISION › APUNTES DESDE EL BACKSTAGE
› Por Emanuel Respighi
Ingresar al mundo detrás de escena del programa que más repercusión tuvo en los últimos años es muy diferente que cubrir el backstage de cualquier otro ciclo. Aquí no hay lugar para los divismos. ¿Cómo los habría si el edificio en el que se graba ni siquiera cuenta con camarines? Tampoco nadie grita “¡acción!” con cara de artista. Ningún productor pasa apurado. Las diez personas que integran el equipo de Peter Capusotto y sus videos comen juntos pizza y fainá. Un cartel da la bienvenida al tercer piso, donde se encuentra el estudio: “Este lugar está limpio y ordenado. Dejalo igual después de usarlo”, dice. Basta dar un par de pasos entre colchones, botellas, ropa y colillas de cigarrillos desparramadas por el piso para dudar sobre si el cartel es una ironía más del programa o una verdad que refleja el paso del tiempo. Pero no de escoba alguna.
Sin euforia ni corridas, todos se preparan a rodar diferentes partes del segmento “Rock y policía”. “Somos legales”, irrumpe alguien a los gritos, efusivamente alegre. Todos lo miran con cara extrañada. “Desde las 2 de la tarde somos legales, ya está”, vuelve a remarcar, refiriéndose a la descriminalización del consumo de marihuana. “Manga de drogadictos: ya van a ver cuando asuma Reutemann dónde se van a meter esos cigarrillos de marihuana”, sale al cruce un Capusotto de bigotes, gorra y vestimenta policial con el que hará la siguiente escena. “Esto es joda: Montoneros trabajando en la legalidad y fumones que ahora pueden fumar en sus casas van a querer hacerlo en colectivos, piletas y maternidades”, dispara Saborido. Aquel que trajo la noticia atiende su celular al grito de “somos legales, somos legales”. “¿Qué le pasa a éste? Nunca lo vi tan contento”, pregunta Saborido. “Debe estar fumado”, acota alguien.
“Vamos señores: apagamos el aire”, grita Saborido, más para determinar el comienzo de la grabación que como una orden. En el pequeño estudio, el policía-Capusotto se para al lado de una maqueta –con muñequitos y yerba oficiando de pasto– que simula ser la plaza en la que se recreará la manera más efectiva del accionar policial sobre las “tribus hippies”. “Los hippies son como un postre de chocolate: se pronuncia mus, pero se escribe mousse”, relata el policía. “De pronto –prosigue el oficial—, como quien no quiere la cosa, vamos a una plaza a comprar la revista Goles, y nos encontramos que en la misma hay una feria artesanal de hippies. Una feria en la que encontramos artesanías que los mismos hippies hacen, que generalmente son: collares, pulseras, pipas para fumar marihuana, ceniceros para marihuana, cepillos para cepillar marihuana, licuadoras para licuar marihuana... Toda mercadería que los hippies comercializan sin haberse registrado en la Dirección General Impositiva.”
La escena no es fácil. En la maqueta se intentará recrear el accionar de un policía camuflado ante el sexo libre que dos hippies están teniendo en la plaza. Maniobrar los muñequitos con alambres no es nada sencillo. Uno de los camarógrafos le pregunta a Saborido si las manos de quienes mueven los muñecos serán recortadas después en la edición. “No, boludo, ¿qué te pensás?, ¿qué estás en Pixar?”, le responde, contundente, el alma máter del programa. “Mirá lo que es eso”, invita Capusotto, señalando a un muñeco. “Es como un maestro pizzero”, lo observa con cara de asombrado. “Es el primer muñeco alcohólico que conozco: flaco y con panza”, continúa, fascinado por esos muñequitos que –cohete mediante– pronto volarán por todo el estudio, cuando el agente encubierto les tire “una bomba” a los hippies. “Faaahhh: esto es como El Señor de los Anillos”, ironiza alguien.
Capusotto coquetea con la vestuarista. “¿Estás... Solita Silveyra, reina?”, le pregunta, machete en mano y cara de galán, jugando el juego que mejor sabe. “¿Vamos a dar una vuelta en el patru? Tengo una pizzita gratis para invitarte. ¿Querés conocer mi machete? ¿Vamos al depto... de Policía?”, flirtea. “¡Qué feo que te quiera levantar un poli y encima se haga el gracioso!”, le responde ella, imaginándose esa situación en la vida real. En el centro del estudio, Saborido manipula el petardo que volará la plaza. “Cuidado, muchachos, es un agente de la ETA”, dispara Capusotto. La escena finaliza con el agente rompiendo la plaza a machetazos, mientras Saborido observa desde un sillón de director que a primera vista parece mullido y reclinable. Nada más alejado: en realidad es un sillón al que le falta una pata. Un desorden organizado que garantiza una libertad creativa sin igual para el mundo catódico.
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