Sábado, 9 de enero de 2010 | Hoy
CULTURA
Del espesor de la experiencia. Hay discursos que rozan determinado espesor, parecen expresarlo, pero un despegue, una distancia, una nota no falsa pero distraída los distingue. La amenidad de esos discursos –cualquiera sea su universal aceptación– certifica de nuevo esta perra soledad.
¿Será la soledad, que no tiene discursos? ¿Perra que ladra a al luna, sorda de su derrota, satélite o muertita?
¿En qué lengua podría hablar la soledad? El que perdió sus hijos, sus másvida, ¿qué piedras escupiera por la boca? ¿Y quién las iba a recoger como señal de amor, o a entender, aceptar, recibir, aunque sea sentir en la ventana?
La soledad de la palabra. La lluvia barre los países del alma. Una palabra va por el camino, aterida, temblando, no sabe a dónde. Sólo sabe de dónde: tanta sangre camina ahora bajo la lluvia nueva, limpia, fresca, ignorante.
* En Bajo la lluvia ajena (Libros del zorro rojo).
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