Miércoles, 24 de febrero de 2010 | Hoy
TEATRO
“No intentaré contarles qué ideas me fueron guiando a través de la metamorfosis entre mis primeras sensaciones al leer Marathon y el hecho escénico que van a presenciar. Tampoco explicaré qué me propuse poner de relieve en la representación, ni qué ‘lectura’ del tema desearía que llegara a ustedes con más fuerza. Pues si lo hiciera, ¿qué lograría? Si algún espectador viera cierta relación entre mis palabras y lo que presenció... ¿para qué privarlo de descubrirlo por sí solo? Si, por el contrario, no la viera... ¿con qué objeto cargarlo de antemano con opiniones mías que no consigan otra cosa que distraerlo del libre vuelo de su imaginación? Al diablo, entonces, con lo que hice o dejé de hacer con Marathon. Deseo, sí, opinar –porque es anterior a mi intervención y trasciende mi trabajo– sobre el texto de Ricardo Monti. Creo que es una obra que se instala cómodamente entre lo mejor del teatro argentino. Cuando fue estrenada, en 1980, parecía apuntar al centro mismo de esa época sangrienta. Podría entonces haber sido entendida, equivocadamente, como un teatro de ‘circunstancias’. Treinta años después, está claro que es mucho más que eso. Marathon se despliega y planea sobre la tragicomedia del hombre en tanto ‘ser social e histórico’, visto casi como un insecto atrapado en un sistema que lo digita, lo enceguece, le crea falsas necesidades y le escamotea toda dignidad. Y, sin embargo, no siento a Marathon como imbuida de un escepticismo escapista. Por el contrario, sospecho que el autor nos invita al esfuerzo titánico pero no imposible de recuperar o reconstruir la ilusión pero a condición de saber reconocer y rechazar lo ilusorio.”
* Texto de Villanueva Cosse escrito en el programa de mano de Marathon.
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