Jueves, 15 de abril de 2010 | Hoy
Parte de la edición de Velódromo se hizo en uno de los edificios que colapsó a causa del terremoto chileno, por lo que llegado el momento no se sabía si el trabajo estaba a buen resguardo o se había perdido para siempre. “Era una construcción de cuatro pisos. En uno de esos pisos estaban los crudos, almacenados en ocho discos rígidos externos. Cuando comenzó a temblar, el editor sólo atinó a rescatar su computadora, y los discos cayeron por una grieta. Milagrosamente rebotaron en el suelo varios metros más abajo y no se perdió nada”, relata el trasandino. Su relación con los temblores viene de lejos. En el libro Las películas de mi vida había investigado a fondo el tema, “de modo que cuando se armó el lío yo ya sabía qué estaba pasando”. “Igual sorprende que todavía en Chile haya más gente que prefiere ser sacerdote a ser sismólogo: ¡Debería ser una carrera súper de moda!”, suelta. Más serio, el entrevistado cita a Darwin, quien sostenía que “un terremoto nunca viene solo”. “Un fenómeno así saca a la luz muchas cosas. Lo primero que un terremoto te obliga a pensar es que el ‘arte puro’ no sirve de nada. Al ver que se está rajando la tierra, el ruido y la desesperación son tan inmensos que lo que pides es no convertirte en el único sobreviviente.”
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