La primera aproximación que Savignone tuvo con máscaras balinesas fue en 2001, de la mano del fallecido actor chileno Andrés Pérez Araya. “Vino con su obra La Negra Ester y dio un work-shop. Allí me puse una balinesa. Luego armé algunas en cartapesta y salí a la cancha a hacer una obra con esas máscaras.” Tan entusiasmado había quedado que no tardó en viajar a Indonesia: “Se caía el país, pero yo ya tenía los boletos sacados. Y el mismo día que llegué, contacté con un artesano y le dije lo que quería”, rememora.

A diferencia de las máscaras de la Comedia del Arte, que suelen ser de cuero o de goma, las balinesas de tipo Bondres (que dejan la boca descubierta) están talladas en madera. Y en contraste con las de varios cultos africanos, las de Bali transmiten pulsiones vitales. Se utilizan en los bailes y representaciones teatrales de los rituales religiosos dedicados a las divinidades. Existen cientos de danzas, desde las simples representaciones en las que interviene un solo bailarín hasta las multitudinarias procesiones en las que cientos de mujeres desfilan hacia un templo para realizar sus ofrendas.

Savignone recuerda lo que vio: “A las ceremonias entraba a las 21 y me iba a las 4. Ellos no paraban de hacer cosas. Usualmente, usan un actor que se rota muchas máscaras y otro que se llama penazar, que acompaña con una sola. El público conoce todas las situaciones pero, por ejemplo, a una máscara que es una especie de monstruo le tiene miedo”.

Lo interesante de este tipo de máscaras es la forma en que coinciden con el rostro de quien porta una: cuando Savignone enfrenta al público con el rostro cubierto, desde las butacas el público “borra por un rato su nombre”. “En general, uno ve una obra y no se olvida del actor que interpreta tal personaje. En cambio, en Vivo el espectador deja de lado al actor a favor de los personajes.”