Sábado, 19 de junio de 2010 | Hoy
LITERATURA › OPINIóN
Por Angela Pradelli *
Lo primero que leí fue Ensayo sobre la ceguera, y ese libro, de un autor que yo leía por primera vez entonces, ejerció una fascinación un tanto inexplicable. Por qué me gustaba una prosa que estaba lejos del estilo de narración que busco en general en las historias. Después leí varias novelas y también sus cuentos, pero el Ensayo... fue, de todos sus libros, el que sentí como una escritura de algún modo implacable. Aún hoy sigo pensando en esa escritura como una manera de intentar entender(nos). La crítica insistió con eso de que la novela era una metáfora del mundo, pero es una afirmación demasiado precaria para semejante novela que se interna en la complejidad de un universo que a veces funciona en los extremos de sus miserias y aun así avanza. A Saramago lo leí también en muchas entrevistas y lo vi en algunos reportajes en televisión. Es curioso, sea el tema que fuere sobre el que está contestando, casi siempre encuentro en sus respuestas un lazo hacia alguna escena de la novela.
Ahora bien, quien quiera encontrar una de sus piezas narrativas más bella, busque por favor en el discurso que dio el autor en 1998 cuando le entregaron el Premio Nobel de Literatura. Allí Saramago cuenta la historia de sus abuelos analfabetos, que fueron sus maestros en el arte de narrar y de vivir. He leído muchas veces este relato en el aula a mis alumnos de la secundaria, y como muchos de los buenos textos, ha despertado en ellos la necesidad de contar sus propios relatos de iniciación para encontrarse a sí mismos en esas historias de infancia que nos marcan para siempre: “Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: ‘José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera’”.
* Escritora.
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