Miércoles, 22 de febrero de 2006 | Hoy
OPINION
Por Andrea Ferrari*
Me sigue maravillando ver ese chispazo de loca ansiedad en los ojos de miles de chicos y adolescentes a la espera del momento en que podrán poner sus manos sobre un libro para el que vienen preparando su deseo con paciencia, como un hambriento que ha trabajado sus jugos gástricos mirando un lechón cocerse a fuego lento. Claro que habrá quienes digan que todo el asunto no es más que el resultado de una espléndida maquinaria comercial. A esta altura del fenómeno Harry Potter, sin embargo, ésa parece ser una visión un tanto miope, o tal vez nublada por los vahos de la envidia. La máquina publicitaria, sin duda poderosa, no es suficiente para explicar semejante pasión entre los integrantes de una generación que –según se nos ha dicho infinidad de veces– está alejada de la lectura por culpa de tanto estímulo audiovisual. No alcanza para entender que devoren un libroladrillo, de una extensión que ningún editor de literatura infantil hubiera osado publicar unos pocos años atrás, ni que produzcan kilómetros de textos que flotan en la web en la forma de fan-fiction o de discusiones sobre el origen, destino e intenciones de los personajes de J. K. Rowling.
Más allá de los muchos atractivos de la saga, ahora que está acercándose a su fin es evidente la forma en que viene afectando la relación entre los chicos y los libros, entre los editores y los libros para chicos, entre los libreros y los espacios destinados a libros para chicos. El fenómeno abrió una puerta por la que se han colado infinidad de productos que buscan subirse a la ola de magos y hechiceros, pero por la que también viene entrando un aire interesante.
Interesante porque revitalizó el mercado infantil-juvenil, pero también porque mostró cómo un libro se hacía su lugar a los codazos, aunque superaba lo presuntamente apropiado para los chicos tanto en extensión como en un contenido cada vez más oscuro. Un libro que claramente no es “escolar”, en un momento en que se supone que la literatura infantil pasa principalmente por la relación con la escuela y que lo que no es promocionable en ese ámbito queda relegado. Con estos libros, la idea de que chicos y adolescentes sólo son capaces de leer libros cortos, predigeridos y por pedido docente ha quedado saludablemente hecha papilla.
* Escritora, autora de El complot de Las Flores, La rebelión de las palabras y Café solo, entre otros.
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