Viernes, 24 de febrero de 2006 | Hoy
MUSICA › OPINION
Por Diego Fischerman
En los comienzos de lo que después se llamaría rock, los ingleses tenían algunas diferencias importantes con los norteamericanos. Eran más jóvenes, los imitaban –o por lo menos imitaban a los músicos de blues, rhythm & blues y rock’n roll que escuchaban en los discos– y tocaban peor sus instrumentos. No había músico, en Estados Unidos, que no hubiera pasado por una banda escolar, como mínimo. En la Europa de posguerra, en cambio, los jóvenes aprendieron desde la nada, renegaron de las leyes musicales del mundo adulto y, en muchos casos, convirtieron sus limitaciones técnicas en estética. En particular la batería, que en Estados Unidos se tocaba con rebote (incluso en el rock’n roll, por herencia del jazz), terminó adquiriendo como sello estilístico los golpes duros y sin subdivisiones irregulares de los más precarios instrumentistas ingleses. Y los dos grupos que disputaron el lugar principal en el mercado de esa nueva música (y ese nuevo mundo alrededor de la música) que creció a partir del rock’n roll fueron, en ese sentido, ejemplares, aunque, claro, con diferencias. Donde los Beatles disimulaban sus carencias (incluso las de Ringo) gracias al trabajo en estudio y a un productor como George Martin, los Rolling Stones las exageraban hasta convertirlas en emblema. Si la batería, en el rock’n roll primitivo, acentúa el segundo y cuarto pulso de cada compás, esas acentuaciones, en las manos de Charlie Watts, son verdaderos hachazos. Si la voz, en el blues, oscurece las vocales y endurece algunas consonantes, en la dicción de Mick Jagger esas características son llevadas hasta el extremo. El ritmo y el fraseo del blues y el rhythm & blues son sobreactuados en el lenguaje de los Stones. Un lenguaje, además, en el que la composición es inseparable de la interpretación. Más allá de que otros puedan hacer sus canciones, está claro que ellas sólo aparecen en su forma completa cuando las tocan los Stones. Sus primeros discos, con covers de ese repertorio de blues y rhythm & blues aprendido de oído en la posguerra londinense, ya dejan sentadas las bases. Y temas extraordinarios, como Jumpin’Jack Flash, Street Fightin’Man, Honky Tonk Women o, por supuesto, Satisfaction, no hacen más que perfeccionar el estilo. Un estilo en que la sobreactuación (también en su sentido teatral y referida al gesto rebelde y juvenil), lejos de ser un agregado indeseable, es precisamente la esencia.
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