Ezequiel Ordóñez recuerda ahora cuánto más fácil era ser, simplemente, músico: “Mi mayor problema era conseguir un monotributo para cobrar en los festivales”, evoca con media sonrisa. Ocurrió que, como músico, pensó que era necesario un lugar donde tocar con un buen piano, bien afinado, con buen sonido, y donde los músicos no tuvieran que pagar para ir a tocar. De ese tipo de “lujos” estaba hecho el local que abrió, Vinilo, y por esas mismas condiciones fue elegido como una de las sedes del Festival de Jazz, que organiza el Gobierno de la Ciudad. No podrá ser: ese mismo gobierno acaba de decidir la clausura de su escenario. El miércoles pasado, la policía subió a interrumpir el concierto de Diego Schissi, y dejó clausurado el escenario. Era la décima inspección que recibía el local. De todas, sólo una –la primera– apuntó a verificar las condiciones de seguridad del local. El resto apuntó al agente más peligroso de esta ciudad en la que funcionan boliches donde muere gente quemada o aplastada por un entrepiso. La música en vivo, claro.