TEATRO › OPINIóN
› Por Roberto Perinelli *
En la Argentina de 1930 se derrumbaron dos proyectos: el de país agroexportador creado por la generación del ’80, herido de muerte por la gran crisis mundial, y el de una forma escénica, el sainete popular y exitoso hasta entonces, que según el crítico Blas Raúl Gallo “cayó al fin bajo el peso de sus propios defectos”.
Este languidecer de la escena vernácula dejó espacio para que prosperaran las todavía tibias iniciativas de teatro independiente –Teatro Libre, Teatro Experimental Argentino, La Mosca Blanca, El Tábano–, que entre sus propósitos de renovación incluían la militancia y la voluntad de llevar a escena con el mayor decoro lo más acreditado de la dramaturgia mundial. No obstante los deseos, estos emprendimientos quedaron en el rol de precursores, hasta que el proyecto se materializó de una manera contundente cuando Leónidas Barletta (1902-1975) fundó, el 30 de noviembre de 1930, el hoy mítico Teatro del Pueblo.
Por fortuna, acaso por la fortaleza ideológica de ese extraordinario conductor que fue Barletta, el nuevo intento no sólo se sostuvo, sino que fue imitado. Sería larga la lista de agrupaciones que se crearon con objetivos afines y mucho más larga la lista de teatristas que el teatro independiente aportó a todos los rubros del quehacer teatral argentino. Como no podía ser de otra manera, los nuevos teatros fueron diferenciándose de los postulados inaugurales, pero en todos primaron algunas virtudes irrenunciables: rigor artístico, compromiso con la tarea y, sobre todo, un alto grado de ética profesional.
Desde aquel 30 de noviembre pasaron muchas cosas en el país e intervinieron factores que fueron modificando las características del movimiento. Sin embargo, estas pautas de origen asoman con frecuencia en la conducta de los teatristas, algunos sin saber que provienen de una fuente que nació hace 80 años y que, aun con los cambios que exigieron los tiempos, es una herencia que sigue vigente.
Desde hace tres lustros, la Fundación Carlos Somigliana administra el último refugio de Leónidas Barletta, los sótanos del edificio de Diagonal Norte al 900, que quisimos se siguiera llamando Teatro del Pueblo. Para nosotros, los miembros de la SOMI, no sólo es un honor, sino un compromiso y una responsabilidad. Queda para otros señalar si hemos cumplido, pero más allá de posibles reparos o felicitaciones, creemos muy oportuno el hecho de festejar por primera vez el Día del Teatro Independiente, acontecimiento que quisiéramos compartir con los cientos de actores, actrices, directores, escenógrafos que continúan en el camino que hace 80 años propuso un soñador, ese militante invulnerable que fue Leónidas Barletta.
* Dramaturgo, director y docente.
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