Jueves, 23 de diciembre de 2010 | Hoy
CINE › SYLVAIN CHOMET CUENTA LOS SECRETOS DE SU PELíCULA EL ILUSIONISTA, BASADA EN UN GUIóN OLVIDADO DE JACQUES TATI
El realizador de Las trillizas de Belleville le dedicó seis años de trabajo a un guión que el director de Mi tío escribió a mediados de los años ’50 y del que hasta entonces no se había tenido noticias.
Por Michel Brocca
Todo comenzó en el tren que llevaba a Sylvain Chomet a Cannes, un día de mayo de 2003, cuando el realizador se dirigía al balneario más cinéfilo de la Costa Azul para el estreno mundial de su ópera prima, Las trillizas de Belleville. Chomet aprovechó el viaje para darle una leída a una reliquia que hacía poco había caído en sus manos: un guión que su admirado Jacques Tati escribió a mediados de los años ’50 y del que hasta entonces no se había tenido noticias. Los siguientes seis años, Chomet los dedicó a preparar y filmar L’illusionniste, un entero homenaje a Tati basado en aquel guión, estrenada a comienzos de este año en el Festival de Berlín.
La historia que narra la película es una trasposición, en tono de fábula naïf, de un hecho bastante menos rosa. La niña de la que el protagonista se hace amigo, durante una de sus giras como mago, referiría, según versiones, a una hija no reconocida que Mr. Tatischeff (verdadero apellido de Tati) tuvo con una mujer alemana, en tiempos de ocupación. La mujer, Herta Schiel, era una artista de music-hall, pareja artística del cómico en el Lido de París. De aquí en más los hechos se ennegrecen. Herta fue convencida de firmar una declaración que liberaba al futuro autor de Mi tío de toda responsabilidad paterna, a cambio de una suma de dinero. Pero la cosa no terminó allí. Ante el rechazo de sus compañeros de elenco, Tati debió huir, refugiándose primero en Berlín y luego en una localidad del interior francés, antes de regresar a París.
Allí, el relato completa un viraje hacia el terreno del folletín. Tras la muerte de su madre, la niña, Helga Marie-Jeanne Schiel, pasó un tiempo en un orfanato en el norte de Africa, intentando comunicarse con el realizador de Playtime, sin respuesta. Según algunas interpretaciones, Tati habría escrito el guión de L’illusionniste como forma de exorcizar su sentimiento de culpa. Para agregar una pizca de perversión al asunto, fue la hija legítima de Tati, la hoy fallecida Sophie Tatischeff –a quien la película está dedicada–, quien cedió a Chomet el guión de L’illusionniste. O de Tati Nº 4, nombre que aquél le había puesto. Poco antes de la presentación oficial de la película de Chomet, en enero de este año, los hijos de Helga y nietos de Tati pusieron el grito en el cielo, molestos por lo que consideraron “falta de respeto” a la memoria de su madre.
Lo cierto es que más allá de ese culebrón de culpas, paternidades negadas e intrigas familiares hay una película. De ella habla Sylvain Chomet en la entrevista que sigue.
–¿Cómo trabó contacto con Sophie Tatischeff, hija de Jacques Tati?
–Fue en ocasión de Las trillizas de Belleville. Me pareció una buena idea que los personajes de la película, que eran dibujados, vieran por televisión una película con actores de carne y hueso. Como siempre admiré el arte de Tati, no me costó elegir fragmentos de Jour de Fête. Para usarlos debía pedir permiso a Sophie, que por entonces dirigía Les Films de Mon Oncle (compañía familiar, poseedora del catálogo completo de Tati). Fue así que la contacté.
–¿Cómo fue el encuentro con ella?
–El problema es que se suponía que yo debía mostrarle fragmentos de Las trillizas..., el guión, algo de la gráfica, y teníamos muy poco por entonces. Pero lo que vio le gustó. No sólo eso: me comentó que la película le hacía recordar cierto guión que su padre había escrito, pero nunca había filmado. Sophie consideraba que era ella la niña para quien Tati había escrito la película, ya que al salir de gira debían separarse y la extrañaba. Por eso mi película está dedicada a ella.
–Tengo entendido que la historia que cuenta L’illusionniste también tiene para usted una resonancia particular.
–Sí, además de dos hijos varones, más pequeños, tengo una hija de mi anterior matrimonio que no vive conmigo, porque quedó al cuidado de la mamá. Así que yo también sentía, de alguna manera, esa melancolía de Tati por la hija lejana.
–¿Cómo surgió la idea de filmar aquel guión?
–Lo conversamos entre los dos. Sophie no quería que fuera una película con actores, porque no le gustaba la idea de un actor de carne y hueso “pasando” por Tati. En cambio, hacerla en animación le pareció perfecto. Yo terminé Las trillizas... cuatro meses antes de la muerte de Sophie (murió de cáncer de pulmón, como su padre; ambos fumaban en cadena). Leí el guión de L’illusionniste camino a Cannes, donde fui a presentar mi ópera prima, y me encantó. Pero nunca pude hablar con ella sobre eso, ya que ella murió antes.
–¿El guión lo había escrito Tati solo?
–No, lo coescribió con su frecuente colaborador Henri Marquet, que trabajó con Tati no sólo como coguionista, sino como director de arte. Marquet participó de los guiones de Mi tío y Playtime, entre otras.
–¿Qué lo llevó a cambiar las locaciones del guión original?
–En el original la historia iba de Londres a París y de allí a Alemania. Pero la mayor parte transcurría en Praga. En el momento de leerlo, yo vivía en Edimburgo y me parecía una ciudad con más magia que Praga. Sobre todo por sus cielos, llenos de nubes cambiantes y muy azules cuando se despejan. En cambio, los de Praga son como muy iguales, un poco aburridos. Por eso trasladé la historia a Escocia.
–¿Cómo decidió ir a vivir a Edimburgo? No es un destino habitual para un ciudadano francés.
–A fines de los ’80 fui a trabajar a Londres, en el estudio de un animador llamado Richard Purdem. Fue Purdem el que se enamoró de Edimburgo, y cuando mudó allí su estudio, yo lo seguí.
–¿Hizo otro cambio en el guión, no?
–¿Lo de las gallinas?
–Exacto.
–En el guión de Tati el mago actuaba con gallinas, en lugar de los clásicos conejos. Pero animar gallinas es muy complicado. Pregúntele si no a Nick Park, el realizador de Pollitos en fuga, lo que sufrió durante esa película. Así que las cambié por conejos.
–De hecho, originalmente la película tenía un título que aludía a los conejos.
–Sí, antes de L’illusionniste se llamó por un tiempo El hombre del conejo blanco.
–¿Siempre tuvo clara la idea de filmar L’illusionniste con el estilo de Tati?
–Sí, absolutamente. Aunque siempre fui fan de Tati, luego de tomar esa decisión me puse a rever su obra, película por película, de modo de analizar su estilo en detalle.
–¿A qué conclusiones llegó?
–No creo haber descubierto nada nuevo. El estilo de Tati es inconfundible y bien conocido. Cámara fija y a distancia, grandes encuadres, la lente colocada a una altura menor a dos metros, de tal manera que los pies de los actores suelen aparecer en cuadro. Es un estilo que por sus características remite tanto al teatro como a la pintura.
–¿De qué manera trasladó ese estilo a la película?
–Calcándolo (risas). La intención era filmar lo más parecido a Tati que fuera posible. Basta con hacer una cuenta para advertir hasta qué punto me atuve a ese plan. L’illusionniste dura una hora y media, como Las trillizas... Sin embargo, aquélla requirió 1300 planos y ésta, 400. Eso se debe a la duración de cada plano.
–La película narra el fin de una época.
–Narra el momento en que el rock and roll está por conquistar para siempre el mundo del espectáculo, precipitando el desplazamiento o la caída de otras modalidades. Entre ellas, el music-hall. Lo curioso es que nosotros narramos esto echando mano de una técnica que según muchos también está llamada a sucumbir: la de la animación manual.
–Es sabido que esa es una técnica muy esforzada. ¿Cuánto tiempo le insumió el rodaje?
–En total, dos años y medio, tres años. Filmar con encuadres grandes obliga a trabajar mucho los fondos, porque quedan muy a la vista, y eso requiere mucho tiempo y dedicación. Para los cánones del cine francés la película le insumió a Pathé un presupuesto considerablemente alto.
–A la manera de Tati, el habla de los personajes parece funcionar más como sonido que como forma de comunicación.
–Sí, aquí la incomunicación es bien concreta, ya que el mago y la niña hablan idiomas distintos. Encima, ella ni siquiera habla inglés, sino gaélico. Así que el diccionario de bolsillo con el que el mago anda de aquí para allá no le sirve de mucho. Dada esta complicación de lenguajes, encaré la película como si se tratara de un musical.
Traducción, selección e introducción: Horacio Bernades
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