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Lunes, 4 de abril de 2011

LITERATURA

Textual

De pronto le parece que todo es absurdo, todas las preocupaciones y los malentendidos, y la fatiga y la tristeza. Es cierto que Horacio va a morirse pronto. Pero de todo lo que han vivido juntos ya no se puede regresar, y ésa es una buena noticia. Demasiado tiempo y demasiada agua. Y si alguna vez las cosas no han salido del todo bien, si han llegado hasta acá con heridas y un tanto maltrechos, bueno, eso tampoco es un mal signo. Para saber ganar hay que saber perder, se repite a sí mismo; la frase que en tantas ocasiones le repitiera su padre y que, debe admitirlo, se le ha revelado en toda su verdad incontables veces. Becerra enreda sus piernas en la reja del balcón, cruza los brazos por detrás de la nuca y se dispone a esperar que amanezca. Y de improviso, el recuerdo de México, de aquella excursión a la capital azteca con Horacio cuando tenían una edad que ahora le suena inverosímil, ese recuerdo retorna después de muchísimo tiempo con toda su luminosidad. Habían conseguido un intercambio, lo que no era descabellado porque, hasta que decidieron abandonar la carrera, ambos fueron muy buenos estudiantes. A los veintiún años, solos en el DF por cuatro meses, se les abría de pronto un mundo que ni siquiera imaginaban. Ahora que puede recordarla con plenitud –sin esa faceta nostálgica que todo lo arruina–, Becerra vuelve a tomar conciencia de que ésa fue una de las mejores etapas de su vida.

* Fragmento de Placebo (Entropía).

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