Jueves, 5 de mayo de 2011 | Hoy
CINE › IVáN FUND Y SANTIAGO LOZA HABLAN DE SU PELíCULA LOS LABIOS, QUE SE ESTRENA HOY EN LA SALA LEOPOLDO LUGONES
Premiada en el Bafici y en el Festival de Cannes, la película de Fund y Loza fue un viaje de descubrimiento para todos los involucrados. “No había que construir algo premeditado, sino estar atentos a la sensibilidad de lo que pasaba en escena.”
Por Ezequiel Boetti
Santiago Loza e Iván Fund aseguran que la idea central de Los labios –que se estrena hoy en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530), donde también comienza una retrospectiva del dúo– es la de “tres mujeres yéndose a fundir con los pobladores y el lugar”. Fundir: un verbo casi en desuso en su acepción metalúrgica, aquella que indica la unión de dos o más metales en estado líquido para formar una sustancia sólida homogénea. Pero esa definición adquiere una dimensión particular cuando proviene de esta dupla. Es que ellos responden a Página/12 al unísono, atropellándose, complementando respuestas pero también diversificando ideas, multiplicando enfoques y trastocando recuerdos para que, frases antes, frases después, ambos confluyan en un discurso amalgamado, único. “En el fondo vamos hacia lo mismo. Quizá por caminos diferentes, pero el destino está claro”, afirma Fund en relación con el saneamiento de las diferencias artísticas que surgieron entre ambos durante las semanas de rodaje en el pueblo San Cristóbal, al norte de Santa Fe. Dicho al comienzo de la entrevista, ese concepto profetiza lo que sigue líneas abajo.
“Yo daba un seminario e Iván fue a una clase. Una, literalmente, porque no fue más. Me pasó sus cortos y me encantaron, había algo ahí. Después las circunstancias se fueron dando, Iván hizo otras cosas, pero yo siempre me propuse trabajar con él. Hasta que en 2007 me contó que tenía una prima que hacía trabajo social –algo parecido a lo que hacen las tres protagonistas– y creí que podía funcionar”, recuerda el director de Extraño. Pero la aventura de conseguir financiación congeló la idea durante varios meses, por lo que cada uno se embarcó en otros proyectos personales, aunque siempre contando con la colaboración del otro: Fund alternó entre la asistencia de dirección, el manejo de la cámara y la fotografía en las películas de Loza (Rosa Patria, La invención de la carne, Artico), mientras que el cordobés asesoró al santafesino en su ópera prima, La risa, en 2009. “Tenemos algunas visiones artísticas en común y otras no. Discutimos muchísimo. Hay cuestiones generacionales obvias: él tiene quince años menos que yo”, explica Loza.
Premiada en el Bafici 2010 y en el último Festival de Cannes (ver aparte), Los labios narra la historia de tres mujeres (Adela Sánchez, Eva Bianco y Victoria Raposo) que viajan a un pueblo alejado de la urbe para relevar las condiciones sociales y médicas de los lugareños. Hospedadas en un hospital derruido –“filmábamos mientras lo iban destruyendo”, aseguran–, el trío dialoga con los vecinos, escuchando sus pesares y vivencias, adentrándose en las consecuencias del crónico olvido del Estado, al tiempo que el vínculo inicialmente profesional entre ellas deviene en otro emocional y contenedor. “Escribimos un guión en términos clásicos, pero todas las zonas del trabajo con la gente eran variables. Sabíamos que no íbamos a buscar actores, siempre estuvo la idea de trabajar con pobladores que vivieran esa realidad”, afirma Loza. “Incluso las escenas de las actrices, si bien estaban guionadas, íbamos a dejar que fluyeran. Había un ‘qué’ pero no un ‘cómo’. Nos propusimos ciertas pautas e ir registrando lo que iba pasando”, complementa su compañero.
Con tres actrices que se habían conocido un par de días antes en un ensayo y un guión sujeto a innumerables modificaciones, los directores rumbearon al pueblo natal de Fund. “Les comunicamos a los vecinos que estábamos haciendo una película y que estaban convocados para participar en determinadas escenas. Se les contaba la historia, que eran actrices que hacían de trabajadoras sociales y si estaban de acuerdo, participaban”, explica el director de La risa, que también operó de camarógrafo: “Tenía que estar presente y reaccionar como las actrices y los entrevistados”.
–¿Hasta qué punto creen que se puede exponer la intimidad de los pobladores?
Santiago Loza: –Se muestra lo que ellos querían mostrar; ellos chequeaban la escena. Hace un mes mostramos la película allá y quedaron muy orgullosos. Estaban muy contentos de participar. Era como tener la posibilidad de expresar algo, de contar su historia, de compartir y ser parte. Desde la misma creación del guión sentimos que ellos debían tener una entidad dramática, no podían ser extras. Cada personaje tiene su momento y a veces se sabe más de ellos que de las protagonistas. La película tiene un cuidado en ese sentido, nunca pasa un límite de incomodidad con nadie.
–¿Siempre tuvieron conciencia del dispositivo cinematográfico?
S. L.: –Sí, estaban microfoneados y todo. Eran parte de la puesta. No había forma de que no fueran conscientes. Iván estaba con la cámara y yo estaba afuera proponiendo cosas para la escena. Hubo un trabajo enorme de edición. Los labios toma forma y se termina de narrar en la sala de edición. Igual ese trabajo fue corto, duró alrededor de un mes porque no había mucho material de descarte. En total habremos filmado unas quince horas, por lo que usamos casi todo.
–Esa suerte de improvisación implicaba una cámara atenta al gesto o la expresión mínima. ¿Cómo fue filmar en esas condiciones?
Iván Fund: –Era entregarse, de alguna manera era como ser un actor más. No había que construir algo premeditado sino estar atento para hacerlo desde la atención y la sensibilidad a lo que pasaba en escena. Además, tanto nosotros como las chicas teníamos el filtro de la película puesto. Sabíamos qué podía entrar en la película y qué no.
–¿Fue complicado la convivencia artística entre los no-actores y las actrices?
S. L.: –Necesitábamos que fueran tres buenas cómplices, que pudieran ir a ese lugar un poco árido a trabajar con la gente. Hubo un nivel de entrega enorme. Ellas convivieron realmente y algo de eso se imprime en la película. Nosotros las acompañamos en lo actoral, pero en algún punto ellas fueron descubriéndose entre ellas y al resto.
–Por lo que cuentan, el guión original sufrió muchísimas modificaciones.
S. L.: –El guión se hizo, lo refutamos durante un año, hicimos cosas, las deshicimos. Fuimos a filmar con textos, apuntes, anotaciones. Con todo. Fueron tres años de muchas discusiones éticas y estéticas.
I. F.: –Además se impuso una realidad y un tono que tiene que ver con la ternura que se ve en la película, relacionado con una vitalidad y contundencia que dio por el suelo por un montón de miedos y prejuicios.
S. L.: –Fue crucial el trabajo personal de conocernos para ceder y confiar en el otro. No es casual que una película sobre la compañía esté hecha junto con Iván.
–¿A qué se refieren con “discusiones éticas” y “prejuicios”? ¿Tenían temores?
S. L.: –No queríamos hacer miserabilismo ni un tour, pero tampoco queríamos una película fría. Muy poca gente apostó y aportó a la película porque no la veía posible o tenía prejuicios. Veía cierta corrección política o progresismo que les parecían riesgosos. Con dudas y todo, creímos que Los labios era otra cosa y quizá había que hacerla para que lo entendieran.
I. F.: –El miedo pasaba por esquivar tanto algo y terminar cayendo en eso. La película transita una línea entre ficción y documental muy frágil y fácil de atacar. Nos decían que cómo íbamos a contar la historia de tres asistentes sociales en lugar de contar la de la gente de ahí. Nunca tuvimos una motivación de denuncia política ni social. Tiene que ver con todo eso, pero pasa por otro lado.
–Pero lo político está: hay un Estado ausente, un hospital cayéndose, medicamentos vencidos.
S. L.: –Sí, por supuesto, pero es una película existencial nacida desde otras intenciones y otro plano, con otras preocupaciones. Nos importa todo el contexto, pero la idea central es la de los personajes yéndose a fundir con los pobladores y el lugar.
–Los labios oscila entre lo analítico y la frialdad de los diagnósticos médicos en off y lo emocional y cálido del tono. ¿Cómo manejaron ese balance?
I. F.: –Tenían que mezclarse porque ellas son empleadas que van a hacer un trabajo y están atrapadas en sí mismas. El eje va por cómo conectarse con el otro. La frialdad tiene que ver con lo que es en sí el trabajo. Si aparece la ternura es porque ellas lo trascienden.
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