Lunes, 16 de mayo de 2011 | Hoy
Por Luciano Monteagudo
En una competencia oficial que hasta ahora –con las excepciones de Habemus Papam, de Nanni Moretti, y Michael, del debutante austríaco Markus Schleinzer– no alcanzó todavía a levantar demasiado vuelo, la presencia ayer de Le gamin au vélo (El chico de la bicicleta), la nueva película de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, vino a elevar la vara del festival. Los primeros 50 minutos son una especie de summa de los Dardenne en su mejor nivel, la historia de Cyril, un chico de 12 años que ha sido abandonado por su padre (Jérémie Renier, en un personaje que parece la continuación del que interpretaba en El niño, seis años atrás) y que queda en manos del servicio social. Tan furioso con su destino como lo estaba con el suyo Rosetta –una suerte de prima mayor–, Cyril descarga toda su angustia recorriendo a toda velocidad la ciudad, en la bicicleta que alguna vez le regaló su padre, ahora ausente. Y si alguien se le interpone en su camino –por bienintencionados que sean, como los asistentes sociales, o una peluquera (Cécile de France) que acepta su guarda por los fines de semana–, Cyril los muerde y los patea y sale corriendo, una y otra vez. Y la cámara de los Dardenne, por supuesto, también, siempre con él a su lado. Porque los directores de La promesa están siempre junto a sus protagonistas, en las buenas y en las malas. Nunca los van a abandonar.
Hay una vitalidad y una energía en esa primera mitad de Le gamin au vélo que luego se extrañan un poco, cuando una serie de vueltas de tuerca de guión le hacen perder un poco el foco a la película. Aun así, los Dardenne vuelven a demostrar la nobleza con la que está hecho su cine, por el cual ya ganaron dos veces la Palma de Oro y por la cual van una vez más, con la misma, empecinada determinación de sus personajes.
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