En Fuerzabruta rememoran el Bicentenario como si se tratara de una ceremonia tribal de pasaje. Es que resulta difícil mantenerse impasible después de ver a más de un millón de personas festejando. “Cuando te enfrentás a un proyecto como el que nos encargaron tenés tantos cagazos y responsabilidades que lo que menos te imaginás es que a mitad del trayecto vas a largarte a llorar como un boludo”, se enternece James. “En esas noches –sintetiza– comprobamos que acá tenemos una locura que no tiene nadie en ningún otro lugar. Porque además hubo una especie de cambio. Juntar esa cantidad de gente con semejante onda era impensable y, sin embargo, entre todos lo hicimos.”

Pasar de esa cantidad de espectadores a los pocos miles que caben en el Luna debe ser un alivio. “La posta –detalla el director– es tener en cuenta que cuando superás ciertas escalas tenés que dejar que la masa haga lo que tenga ganas de hacer. El lío se arma si querés imponerles algo. Me acuerdo de que en una de ésas yo iba al frente de un carro y los pibes me consultaban: ‘¿Y cómo vas a hacer para pasar entre ese muro de gente?’. Yo les respondía: ‘Y... pidiendo permiso’.”

Respeto. Eso se usa poco. No obstante, es uno de los pilares de Fuerzabruta. “Yo me dirijo con la misma dedicación al soldador y al director de un teatro –señala Diqui–. Supongo que tiene que ver con que me ilusiona el carnaval. Ver la misma sonrisa en el bebé, el niño, el joven, el adulto y el viejo –más allá de sus condiciones económicas– es tomar conciencia de que hay algo ahí que nos trasciende.”

Por lo demás, Diqui cree en la calle como fuente de inspiración básica. “Hace bastante que estoy en esto y puedo decirte que hay que recuperar las calles ya. El teatro tiene que salir. ¿Sabés por qué? Porque está todo dado. Están las ganas de salir y están los pendejos llenos de talento. Vos hacés un casting y te vienen cientos, la mayoría excelentes actores. Cuentan con mil recursos y tienen toda la polenta. Hay que sacarle el jugo a eso.”