Lunes, 29 de agosto de 2011 | Hoy
CULTURA
La creatividad del pueblo sobre el lenguaje jamás se detiene. Una madre que busca las palabras más dulces para calmar a su bebé, los juramentos de amor entre las chapas y las discusiones de pasillo son prueba suficiente. Lo que no es tan común es que existan escritores capaces de absorber semejante energía y darle cauce literario. Fariña hace la prueba. “Vos podés ser un mero usuario, pero en cualquier plaza hay chabones que se sitúan como productores de lo que quieren decir, con mucha más libertad que los escolarizados. Esas voces son las que renuevan la lengua.”
Son los indispensables. En 2008, Página/12 le hizo una entrevista al autor a propósito de su libro de poemas Pintó el arrebato. Poco después, un amigo suyo que es canillita en el barrio Esteban Echeverría, cerca de Ezeiza, lo encaró avisándole que los pibes de la zona le iban a cobrar “derechos de autor” –una birra o dos– por andar “afanándoles” palabras y expresiones. “Para Pintó... tuve una experiencia de campo: estuve ahí, aunque aspiro a que el valor de lo que hago no se base en eso. No es que uno copie exactamente lo que oyó –creo que el arte es artificio–, pero admito que me sirvió. Muchos de aquellos poemas eran una suerte de microrrelatos, y eso –combinado por mi amor por la gauchesca– me fue llevando por el lado narrativo que desembocó en El guacho Martín Fierro”.
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