Laburé casi toda mi vida en producción. Cuando decís que sos productora tenés que dar muchas explicaciones, sobre todo en reuniones familiares. “¿Cómo, productora? ¿Ponés la plata?” No, salvo cuando el invitado pide un café y hay que pagarlo. Y cuando más o menos entienden qué hacés, se abusan y te piden que produzcas todo. “Vos que sos productora, ¿por qué no te encargás de organizar la reunión familiar?” Con ese criterio, vos que laburás en un banco, ¿no me querés dar un millón de dólares?

Y los oyentes también son raros. “Hola, sí, quería saber qué tema pasaron hoy a las 5 de la mañana.” Ay, disculpame, sabés que a las 5 de la mañana ¡estaba tratando de tener vida propia! “Hola, sí, quiero las entradas.” ¿Qué entradas? “No sé, me dijeron que daban entradas.” ¿Con qué programa, señora? “¿Cómo, no habla el Negro Oro?”

Hacer dieta en una radio es más difícil que aguantar los espacios cedidos para las campañas políticas. Te encontrás comiendo sushi con facturas; ponés una nota al aire y le entrás a la empanada; se llega a cortar la nota y tenés que esperar a terminar de comerla para volver a comunicarte. Te dicen: “Qué interesante la nota que sacaste al aire hoy, me gustó mucho lo que dijo”. ¡Qué sé yo! La puse al aire y después ni idea de lo que hablaron... ¡Había empanadas!

Y siempre la culpa de todo es de la producción. Porque encima los chivos no ayudan: dicen “la producción disfruta de café Juan Carlos”, “la producción se comunica con...”, “la producción viaja en...”. O sea: ¡la producción no labura nunca! Cuando producís invitados y se te cae uno, sos capaz de hacer cualquier cosa. Recurrís a la lástima absoluta: “Por favor, vení, si no me echan, ¡me van a rajar!” Si nos rajaran por cada invitado que nos cagó tendríamos fortunas de indemnizaciones. Y cuando no te queda otra y recurrís al Plan Z sos capaz de decirle a Belén Francese que te encanta lo que escribe y a Karina Jelinek que la re admirás.

* Extracto del monólogo de Malena Guinzburg durante la entrega de premios.