Jorge Asís y Fogwill, dos grandes cínicos de la literatura argentina, están entre los escritores más respetados por las generaciones de post dictadura. ¿Por qué el cinismo es un valor literario para estas generaciones?

–El cinismo en la vida pública es repugnante, pero en literatura es muy interesante. La mirada crítica que permite el cinismo no se toma nunca demasiado en serio; es una mirada muy seria en un punto, porque desnuda cosas que la sociedad no quiere admitir, pero al mismo tiempo siempre tiene el escudo de la sonrisita. Una de las tesis centrales de Los prisioneros de la torre es que el puente de transmisión generacional está roto; que mi generación y otros estratos de generaciones de militancia no pudieron transmitirles a los nuevos escritores lo que había pasado. Lo único que pudieron transmitir fue el miedo por la picana eléctrica. Lo que hay que proteger de la memoria no es la picana eléctrica, porque eso lo sabemos y nadie lo olvidó, sino lo que pasó antes: la lucha por el socialismo, la posibilidad de creer en una transformación revolucionaria, todos los procesos socio-históricos previos a la dictadura. Todo esto no se ha podido transmitir. Y cuando no se puede transmitir, el pasado es un abismo. Un discurso literario como el de Asís trae el pasado de un modo que se puede escuchar, porque lo trae desde el chiste cínico, que fue un puente generacional que les permitió a los nuevos narradores una mirada sobre los ’70. Flores robadas en los jardines de Quilmes o Los reventados son textos que hablan de los ’70, de la fiesta de la militancia; hablan con un cinismo angustiante, según mi lectura. Lo interesante es que ahora Asís tiene muchos lectores jóvenes. El lo ha declarado: “Los hijos de los que me ninguneaban me leen”. Y es verdad.