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Lunes, 30 de enero de 2012

MUSICA › OPINIóN

Cajas de resonancia

 Por Karina Micheletto

“Canal 7 censura a Raly Barrionuevo en Cosquín.” “León Gieco apoya a Raly Barrionuevo contra la censura en Cosquín.” Estos fueron algunos de los titulares más grandes que dejó esta edición del festival mayor del Folklore. Es curioso: desde que se apagó su “boom”, allá por los ’70, el folklore y todo lo que lo rodea –también este festival– viene pasando más bien inadvertido a nivel mediático, y la omisión tiene su lógica: la maquinaria publicitaria pasa por otros géneros, que tienen sus megafestivales con cobertura asegurada. Seguramente pesa también aquí una cuestión de de-formación cultural, tanto en quienes reciben como en quienes crean la información: para muchos, el folklore sigue siendo sólo la postal cándida del bailarín de bombacha bataraza, y no el riquísimo universo de expresiones del género, ampliado con las nuevas camadas de creadores. Pero algo ocurrió en este último Cosquín, algo que hizo que de repente a todos les pareciera importante lo que dicen aquí los artistas del folklore.

Ocurrió que éste fue un Cosquín altamente politizado, y lo fue porque la lucha de Famatina lo atravesó: la defensa de la tierra es un tema inherente al folklore, y los provincianos –no sólo los de La Rioja– saben de cerca de qué se habla cuando se habla de minería contaminante. Una abrumadora mayoría de artistas, de diferentes procedencias y palos estéticos, se fue pronunciando sobre el tema durante sus actuaciones. Una marcha inédita para Cosquín, de masiva convocatoria, ocupó el centro de la ciudad el sábado pasado. “Famatina no se toca” fue la frase más repetida dentro y fuera de escena. Hasta el maestro de ceremonias, Marcelo Simón, lo mencionó en una arenga inicial, de esas que preceden a los fuegos de artificio. El tema de los desmontes, la lucha de los campesinos contra el despojo de sus tierras, también está siendo tematizado, al igual que otros años. La música popular vuelve a mostrar en esta vidriera lo mejor de sí: su capacidad de sonar al compás del pueblo que representa; también de sus luchas.

Hasta aquí, los hechos que enorgullecen a los cultores y seguidores del género. Pero hubo algo más. Algo con olor a carne podrida. Lo primero fue lo que describió bien Emanuel Respighi en este diario: una comedia de enredos que se vendió como censura. Se informó y se repitió mal que, el día de la actuación de Raly Barrionuevo, la transmisión del canal público había cortado el tema “Ey paisano”, con el que el santiagueño tematizaba la lucha de los pobladores de Famatina, de los campesinos del Mocase y el asesinato de Cristian Ferreyra. Lo que había ocurrido, como en noches anteriores, fue que la primera hora del festival se había resumido en media, pero en la emisión posterior sí aparecía ese tema. El asunto llegó al ridículo de que, en su versión web, un diario denunciaba censura, poniendo como prueba el link a YouTube que mostraba la mismísima canción supuestamente cortada.

Más tarde, otro repentino interés por Cosquín puso a León Gieco solidarizándose con Raly Barrionuevo contra la censura, cuando en realidad el músico se había referido a la defensa de Famatina (lo que dijo textualmente al ser consultado en conferencia de prensa fue: “Raly y Bruno Arias son como mis hermanos menores, los que tomaron la posta; yo me solidarizo con ellos y con todas las causas que ellos defiendan”, además de manifestarse en contra de la minería a cielo abierto). Sobre el final de fiesta, otro súbito entusiasmo folk trajo hasta estas tierras al visiblemente incómodo Mauricio Macri, para prometer que montaría un Cosquín en Buenos Aires (más precisamente en Parque Roca, donde su gobierno dio de baja, no bien asumió, el exitoso Músicas de Provincia, justamente el festival que la Ciudad guardaba para el folklore). Es extraño, o no tanto: los artistas populares comprometidos vienen expresándose sobre estos temas desde siempre, pero nunca habían logrado tanta repercusión. Parece que los discursos empiezan a importar en la medida en que sirven y se adaptan a otros discursos. Y si no se adaptan del todo, no importa: se hacen adaptar.

A lo mejor todo esto sirve para dar a conocer tanto la abrumadora resistencia popular que genera la minería contaminante, la nueva conciencia que se está gestando en torno del cuidado de la tierra, como la obra y el compromiso de Raly Barrionuevo. O para tematizar otros asuntos relevantes para la cultura de un país: por ejemplo, por qué el canal público considera pertinente modificar su programación para transmitir fútbol en directo, y no para mostrar en forma completa el festival más importante de la música argentina. O, a lo mejor, no. A lo mejor todo esto es más de lo mismo, pero bailado con otro ritmo.

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