Viernes, 9 de marzo de 2012 | Hoy
TEATRO
Rubén Rodríguez Poncetta cuenta que ingresó al teatro por un componente mágico. Se había trasladado desde Santa Rosa (La Pampa) a La Plata para estudiar Derecho, pero allí conoció la Escuela de Teatro de la Universidad y se inscribió. Enseñaba el actor, dramaturgo y director Juan Carlos Gené. Estudió un año. Después quiso ingresar al Conservatorio Nacional (en Buenos Aires) y cursar con Oscar Fessler y Augusto Fernandes, pero los cursos habían comenzado y regresó a La Pampa. Al año siguiente retornó a Buenos Aires, se inscribió y le tocó “la colimba”. Perdió otro año, pero logró ingresar y finalizar los estudios. Recuerda haber actuado de Pueblo en La muerte de Danton, de Georg Büchner, junto a Ana María Picchio y otros compañeros; su participación en obras para chicos y en otras donde el protagonista era Duilio Marzio. Sus trabajos con Helena Tritek y Carlos Gorostiza en el Teatro San Telmo; la obra La pucha, en el San Martín, donde compuso la música; y El grito pelado, también de Oscar Viale. “Antes de irme a Europa estuve en un programa periodístico con Liliana López Foresi y Diego Bonadeo. Mi personaje era el Bocha, el que se metía en los reportajes. En los últimos quince años a quien más vi fue al director Augusto Fernandes. Viaja seguido a Barcelona, porque allí vive su hijo.” El hecho mágico que le abrió a Poncetta el camino de la escena tiene historia, y le gusta contarla: “Tuve la suerte de trabajar con Miguel Ligero en Discepoliana y en Los cuentos de Sholem Aleijem, que dirigió Gorostiza. Lo veía como un actor diferente. Me fascinaba. Un día le pregunté por qué cambiaba permanentemente el modo de actuar y su respuesta fue: ‘Poncetitta, si no te divertís vos en el escenario, ¿quién te va a divertir?. Fue la llave. Me abrió la puerta al teatro. Claro que ponerlo en práctica es otro tema”.
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