- El show: “Somos un grupo de tradición rockera que hace álbumes, que hace obra. Y nuestra obra siempre estuvo planteada en dirección a una cuestión celebratoria, como si se tratara de un DJ: no se puede caer el show. A mí me da una sensación muy fea cuando veo grupos con poquita experiencia que tardan mucho entre temas. Un DJ no te deja un minuto en silencio. El show está planteado como lo armaría un organizador de una fiesta. Muchas veces jugamos con la idea de armar un show de music hall decadente, pero nunca nos pusimos las pilas. Pensé varias veces en qué bueno sería que alguien que sepa de teatro nos organice un show como un sainete, pero colgamos”.

- El rock: “En estos momentos, el rock es una profesión posible, lo mismo que ser futbolista; son profesiones buenísimas y que salvan a gente. A mí hacer música me salvó, como se me ocurre que para Maradona el fútbol pudo ser una salvación. No soy guitarrista ni soy un gran poeta ni soy baterista, pero entre todo eso armé un sánguche que a la gente le gusta comer... y que por suerte ya no me tira encima como en aquellos comienzos. Al empezar con la banda no veníamos de la bailanta, del jazz ni del tango, éramos pibes de recitales de rock, pero nunca entramos en esa cosa de ghetto. Al principio nos burlábamos de los clichés del rock: prohibimos los pedales, sobre todo el chorus, porque todos lo usaban. Si era la norma tocar con chorus, nosotros decidimos salir tocar con basura. Todos miraban hacia Inglaterra y querían sacar el sonido de guitarra de U2. Nosotros siempre hicimos cualquier cosa”.

- El público: “Uno siente la magnitud de lo que pasa. Muchos músicos dicen que tocan lo mismo para cinco que para cinco mil. Verdad, tocan lo mismo, pero no sienten lo mismo. Miro a la gente mucho, las caras, pero no puedo pensar en lo que está sucediendo debajo. Pensar en eso es paralizante”.