LITERATURA
El encuentro entre el poeta Augusto de Campos y Caetano Veloso, en la década del ’60, fue tan importante como inesperado. “Caetano era un joven de 18 o 19 años cuando empezó el tropicalismo, y todos los periodistas lo atacaban. Y yo, que era un poeta y no tenía nada que ver con el tropicalismo, conseguí publicar, en una suerte de guerrilla artística, artículos defendiéndolos”, recuerda el poeta. “De ahí surgió una amistad, cuando Caetano vino a San Pablo y nos encontramos seguido, hasta el momento en que fue obligado a exiliarse en Londres. Después, cuando regresó, continuamos la amistad. Fue una hibridación inventiva porque no se esperaba que la música popular fuese a acoger productos laboratoriales de vanguardia. Son proyectos diferentes que se encuentran y esos encuentros han sido muy felices para ambos.”
–Este encuentro con Caetano, ¿impactó de alguna manera en su poesía?
–Creo que sí, en el sentido de que recuperé un lenguaje más accesible. Busco lo “difícil fácil”, pero es un difícil que no se niega a toda comunicación. Las aproximaciones con la música popular trabajaron en mi cabeza y me abrieron un poco más. Y esto coincidió con el momento en que la poesía concreta dejaba aquel lenguaje más radical, más violento, del comienzo. A partir del golpe militar del ’64 repensamos la poesía. La poética de (Vladimir) Maiakovski y su defensa del futurismo ruso nos influyó, especialmente su idea básica de que no hay poesía revolucionaria sin formas revolucionarias. La dictadura nos llevó a introducir temáticas que denunciaban nuestra insatisfacción. Y eso nos llevó también a dejar experiencias puramente formales, pero sin abandonar un nuevo lenguaje.
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