MUSICA › OPINION
› Por Suma Paz
El 29 de mayo de 1922 *, yo escribía esto: “Acaso sea ahora, en el aura de la muerte, cuando empiece a perfilarse la sombra cierta del hombre que escuchaba detrás del artista, casi oculto; ese ángel fatigado en tránsito implacable al silencio”. Acaso sea ahora también cuando muchos, los que lo midieron con la pequeña vara de la anécdota, empiecen a sospechar que el resplandor de la gran obra suele opacar la luz del taumaturgo. Que en esa obra donde respira el formidable hálito de América criolla, no ha sido fácil escuchar su voz entre tantas otras, rescatar su acento en esa masa coral que pugna entre la oración y el grito.
¿Quién fue, cómo fue, ese paisano socarrón y sentencioso, tantas veces acusado de individualista, de rebelde, de mal llevau’? Las respuestas que valen son las que legitiman la enorme trascendencia de su obra, suscripta y refrendada con cada paso de su vida.
* El día que llegaron los restos de Yupanqui a la Argentina.
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