Sabemos que en la feria del libro no sólo vamos a cruzarnos por sus calles a multitudes recorriendo los stands o haciendo largas colas para firmar ejemplares. También vamos a cruzarnos con figuras mediáticas. Pero la feria no es sólo eso que –podríamos decir– se ve a simple vista. La feria también tiene espacios que reflejan lo genuino del campo literario. Y esos espacios, en esta edición, han tomado visibilidad. Han crecido. Me refiero a los ámbitos que canalizaron la renovación literaria de los últimos diez años. Por un lado, los ciclos de lectura que fueron proliferando en bares, clubes, casas. Y por otro lado, las editoriales independientes que se han convertido en un lugar de referencia. Los ciclos de lectura encontraron su lugar en el espacio llamado Zona Futuro. Y las editoriales en stands compartidos, en algunos casos, entre varias de ellas.

La pregunta que se impone, entonces, como un desafío, es sobre la posibilidad de que ese público masivo, movido por las figuras mediáticas, pueda conectarse con la literatura. Además de esta inclusión de los nuevos sujetos de la literatura en la feria hay otro rasgo que sobresale: la presencia del debate político. La charla entre Horacio González y Yuyo Rudnik –a propósito de la presentación del libro ¿Cómo juzgar al kirchnerismo?– es un buen ejemplo de que el debate político no sólo es necesario, sino que también es posible. Otra de las actividades destacadas este año fue el ciclo Diálogo de Escritores Latinoamericanos. A lo largo de una semana un número importante de autores de varios países de América latina debatieron sobre política, erotismo, violencia o geografías exuberantes. Un espacio que permitió descubrir voces nuevas o no publicadas en el país. Por último, me gustaría destacar el homenaje que la provincia de Mendoza le rindió a Antonio Di Benedetto en su stand. Con la muestra de primeras ediciones, manuscritos y esos anteojos que ya son un símbolo. Un modo de ver la literatura.

* Escritor.