Jueves, 31 de mayo de 2012 | Hoy
CINE › LA DIRECTORA MILAGROS MUMENTHALER Y LAS ACTRICES DE LA PELíCULA ABRIR PUERTAS Y VENTANAS
La cineasta señala que en esos vínculos “hay mucho en juego”. En la premiada coproducción suizo-argentina que se estrena hoy las actrices encarnan a tres hermanas que deben hacerse cargo de la casa tras la muerte de su abuela.
Por Ezequiel Boetti
El cielo encapotado con la furia de un invierno cada día más inminente, la bruma instalada a la altura de los ojos y ese silencio sabatino que apacigua los decibeles porteños configuran un guiño cómplice de la naturaleza al equipo artístico de Abrir puertas y ventanas. Y es en ese contexto tendiente a la introspección reposada que la cineasta Milagros Mumenthaler y las actrices Martina Juncadella (20), Ailín Salas (18) y María Canale (25) dialogan con Página/12 acerca de los vericuetos de la soledad, la nostalgia por las ausencias inevitables, la química invisible de una familia, la movilización espiritual intrínseca al proceso actoral y la significación de aquello a lo que cada uno llama hogar, todos temas nodales de esta coproducción suizo-argentina, ópera prima de la primera y protagonizada por las segundas –sin demérito en el ordenamiento–, que se verá desde hoy en varias salas porteñas.
“Me interesan los vínculos entre hermanas y las relaciones familiares. Creo que son muy ricas porque hay muchas cosas en juego y pueden pasar del amor al odio en un minuto. Es un mundo muy complejo que se construye sobre todo en el hogar, y no me interesaba ver cómo son ellas fuera de ese ámbito. Por lo general, no se cumplen los mismos roles cuando se sale del espacio familiar, entonces mi idea era hablar de las funciones de esos papeles y de cómo uno va creciendo a través de la comparación con el otro o con la imagen que dan los mayores sobre uno”, afirma Mumenthaler en referencia al regreso a dos temas ya abordados en varios de sus cortos, como por ejemplo El patio (disponible en Comunidadzoom.com) y Amancay, reencarnados aquí en la relación de tres hermanas adolescentes que ingresan en la adultez forzadas por la pérdida de su abuela Alicia: “Lo que se muestra es cómo el vacío de la caída de un pilar familiar obliga a que todo se tenga que rearmar”.
La naturaleza trashumante de la flamante cineasta invita a un paralelismo con sus continuidades temáticas. Nacida en este país hace 35 años, tenía apenas tres meses cuando la detención y posterior liberación del padre obligó a la familia a hacer las valijas y rumbear a la tierra de sus antepasados, Suiza. Volvió casi 20 años más tarde para estudiar cine. Después otra vez Suiza, España y otra vez la Argentina. “La ausencia y la falta de algo siempre me tocaron. Y en ese sentido esta película habla de cosas íntimas que de alguna manera me sensibilizan. Pero yo no viví una experiencia fuerte ni tuve una pérdida que me haya quebrado. En un momento nos planteamos que podía haber una lectura respecto de la dictadura porque de alguna forma es la historia de la Argentina y no podíamos omitir eso. Pero esa relación no fue un acto consciente”, aclara la ganadora del premio a mejor realizadora del último Festival de Mar del Plata, donde el film además se llevó el Astor de Oro a la Mejor Película, quizá el premio más importante del film junto a los tres (actriz para María Canale, película y Fipresci) obtenidos en el prestigioso Festival de Locarno.
–En varias entrevistas ustedes destacaron el trabajo para conformar un vínculo. ¿Cómo lo lograron?
Milagros Mumenthaler: –Yo trabajé el casting y el entrenamiento con María Laura Berch, y la idea era que las actrices no nos dieran todo resuelto porque si no era un salteo de etapas. Había algunas que venían, se ponían a llorar y entonces uno decía: “Bueno, pero por qué llorás”. Sí, mostraban su capacidad para hacerlo, pero era una especie de llanto poco profundo. Ya desde el inicio nos planteamos la idea de que íbamos a trabajar, y mucho. Y ésa fue la base de todo, el trabajo continuo para buscar a los personajes todas juntas.
María Canale: –Hubo una etapa de casting muy larga que nos sirvió para entender el lugar y los códigos desde donde trabajaba Milagros. Después ensayamos mucho antes de filmar para empezar a construir ese vínculo entre nosotras.
–¿Fue un proceso complicado o fluyó naturalmente?
M. M.: –Yo lo disfruté muchísimo. Iba viendo cómo poco a poco se va armando lo que tenía en la cabeza. Además, después de un tiempo ellas empezaron a entender la importancia de los detalles y de las pequeñas cosas, que era la forma en la que quería ir construyendo la historia, y finalmente se generó una especie de códigos mutuos. Por ejemplo, si ellas no podían sostener una escena, tenía que pensar otro tipo de puestas, pero también se daba al revés porque ellas permitían cosas que originalmente no había pensado. Son todos cambios para un crecimiento.
–¿En algún momento de ese trabajo a largo plazo sintieron que no encontraban esa conexión?
Martina Juncadella: –Sí, obvio, pero entiendo que esa sensación forma parte del trabajo. Es imposible que esté siempre bien. Y eso sirve: es más motivador el no que el sí en lo que se refiere a la búsqueda. Si es todo perfecto, no. En cambio, está bueno ir encontrándose gradualmente y desarrollando el trabajo. Al final, uno ve el trabajo decantando, pero el proceso implica una vulnerabilidad y un aprendizaje muy grande como actriz. Entregarse a algo es muy fuerte porque ponés mucho de vos, te parás en un lugar de crisis que genera inseguridad y eso está bueno. Si uno está siempre seguro hay algo interno que podría “endurecerse”.
M. C.: –Los procesos largos –en este caso todo se estiró más porque estuvimos un año sin saber cuándo íbamos a filmar– son muy fértiles para ir analizando el material. Para mí fue una especie de revelación ese lugar en donde conectaba con algo muy vulnerable. Ahí estaba en carne viva, en el momento es muy duro. Había días que, por ejemplo, me iba a mi casa llorando porque pensaba que nunca iba a poder hacer esa escena.
Ailín Salas: –Es que esos ensayos fueron claves. A mí me pasó lo mismo que a las chicas porque me enfrenté a cosas contra las que quizá nunca antes lo había hecho. Fue un trabajo personal, muy de mí y no de la actriz.
–¿Creen que ese vínculo fue importante para lograr el tono intimista del film?
M. C.: –Sí, totalmente. En uno de los ensayos, Milagros dijo que si ella entraba a una casa iba a ver a las hermanas en situaciones cotidianas en las que seguramente mucho no pasa, pero que con sólo ver la forma de estar juntas y cómodas podía darse cuenta de que eran hermanas. Ella podría haber puesto a tres chicas que se parecieran, pero acá hay algo de los cuerpos cómodos entre sí que podría no haber sucedido. Y la primera parte de los ensayos fue justamente eso: estar las tres cocinando, tomando sol y haciendo nada para que después esas acciones estuvieran habitadas de un conocimiento entre los cuerpos.
–Esa relación entre las hermanas se tensa con la presencia de Francisco (Julián Tello). ¿Cómo trabajaron la inclusión de un personaje masculino en ese universo femenino?
M. M.: –La idea era armar un personaje que en un principio no tuviera tanta confianza, pero que poco a poco se volviera más cercano y, por sobre todo, que nunca las juzgara ni tomara partido. El está más para escuchar y apoyar, es un personaje un poco más maduro que da tranquilidad y contención. Si bien en la película no hay muchos hombres, son importantes porque están ahí para marcar un cambio, un nuevo rumbo.
–Milagros, en una entrevista en Locarno, dijo que “en la película hay muchos fantasmas, pero a la vez una proyección al futuro”. ¿Encuentra alguna relación entre esa observación y la cuestión del rumbo que recién mencionaba?
M. M.: –Sí, creo que son tres personajes que están muy movilizados para buscar el rumbo después de la muerte de su abuela. No sé si ella les permitiría no estudiar o ser promotoras. Ese hecho las hace crecer, buscarse y ver qué quieren de su futuro. Además ya no tienen la mirada opresiva de la figura adulta.
–La música juega un papel muy importante en la construcción de esa figura adulta. ¿Cuál fue el criterio de elección de los temas?
M. M.: –Lo trabajé con Fran Gayo. Ese personaje es anterior a mi generación, así que vivió muy plenamente los ’60. La música era una forma de darle un mundo, la idea de alguien que vivió. Por eso pensamos en no ir a algo trillado, a la típica música latinoamericana de esos años, sino a cosas que podía escuchar alguien que haya viajado y vivido afuera, a cantantes que en su momento tenían cierto reconocimiento pero que hoy quedaron en el olvido. Se trababa de darle volumen a la abuela a través de la música.
–Usted dijo que no creía en los diálogos forzados, pero tampoco en los silencios forzados. ¿Fue complejo lograr ese equilibrio?
M. M.: –No, creo que una tiene una visión de la realidad y se apega a eso. No quería forzar a los personajes a decir cosas sólo para que el espectador entienda, pero tampoco lo contrario. Es más una cuestión de construcción, del momento que atraviesan y cómo lo viven. Uno intenta ser lo más realista posible en la dosificación de la información. La película se estructura con pequeños detalles y de alguna forma el espectador es el que tiene que reconstruirlo. Ellas no van a explicar nada porque ya lo saben, es un hecho dentro de la familia y de la casa.
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