Jueves, 25 de mayo de 2006 | Hoy
Lo único que me queda de su escritura es su firma, estampada, quiero creer que solemnemente, en dos lugares emblemáticos para mí, en mi partida de nacimiento, ante el jefe del Registro Civil, y en el boletín de calificaciones de mi cuarto grado, como legítima aceptación y hasta consagración de mensuales éxitos escolares que no hacían época pero que tampoco traían problemas (“es un buen alumno”, “debe mejorar su cuaderno”, “es un excelente alumno”, y así siguiendo, mes a mes). Esa firma parece segura, los rasgos se echan hacia la derecha, el trazo es decidido, lo que prueba que sabía bien de qué se trataba cuando firmaba. Hay dos iniciales en la firma: la del nombre, una B, y la del apellido, una J; en la primera la columna parece haber comenzado arriba, de modo tal que el trazo hace abajo un recomienzo que permite dibujar el cuerpo principal de la letra y concluirla con un cierre en forma de broche rematado por un punto; en la segunda hay una especie de capitel que permitiría entender el pasaje fonético hacia la ye, que con frecuencia así se interpreta mi apellido, pero lo que más me llama la atención es la fuerza puesta en la t que está en el centro mismo de la firma: es un trazo cargado pero preciso que contrasta con la delgadez de las letras que siguen y que declinan en la ka final. ¿Qué estaría afirmando en esa cruz que es toda la t? ¿Un orgullo, una convicción, un deseo de no ceder? En todo el trazado se pueden percibir, como indefinible persistencia de la memoria, restos de escritura cirílica, no hebraica, una marca semejante a un tatuaje que se quiere borrar pero que en su estar ahí, recordando que lo que se quiere olvidar no se puede recuperar, se convierte, en el trazo de la letra, en un objeto de absoluta separación. Miro alguna vez esa firma y reconozco, con dolor, que es en realidad lo único que me queda de mi padre, entre concreto y todo lo simbólico que puede ser una descarga de tinta sobre una letra, presiento que hay en ello un llamado que no es advertencia, un evanescente toque que no puedo desarrollar porque él murió muy joven, siendo yo todavía un niño que sintió su muerte como una rúbrica, el otro modo de una firma que miro a veces sin entender qué me significa pero que fue sin duda un escudo protector.
* Fragmento de Atardeceres (Ediciones al margen).
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