Viernes, 26 de octubre de 2012 | Hoy
MUSICA
Charles Ives acabó de componer su cuarta sinfonía en 1916, en los Estados Unidos, fuera de toda tradición o, más bien, mezclándolas a todas ellas. Si hay sociedades que imaginaron su futuro en un supuesto crisol de razas, la estadounidense lo hizo, más bien, sobre un modelo de superposición. Y no hay estética que logre parecérsele más, en todo caso, que la de este vendedor de seguros que llegó a escribir para dos teclados afinados a un cuarto de tono de distancia uno del otro. En esta obra, que inaugurará el ciclo de conciertos de música contemporánea de 2012, requiere dos directores, además de una orquesta aumentada que incluye un nutrido set de percusión, seis trompetas –de las cuales una toca una sola nota en toda la obra–, saxos opcionales, dos cornetas, cuatro trombones y tuba, coro mixto, piano y órgano, y llega a un nivel de complejidad rítmica y textural inédita en el momento en que la sinfonía fue compuesta.
La Sinfonía Nº 4 de Ives se estructura sobre la superposición de dos, tres y hasta cuatro ensambles tocando en distintas tonalidades y con diferentes unidades métricas, constantemente entrando y saliendo de la sincronización y a partir de materiales tan heterogéneos como himnos, canciones populares y patrióticas, que se entremezclan en un contrapunto intrincadísimo y donde las voces secundarias a veces son casi inaudibles, como una especie de sustrato enigmático e inquietante. Nacido en 1874, no llegó a escuchar la presentación de esta obra. Apenas, en 1927, se interpretaron dos de sus movimientos y la obra fue estrenada recién en 1965, con la dirección de Leopold Stokowski. La suerte en la Argentina no fue, hasta ahora, muy distinta. Su estreno local iba a abrir este mismo ciclo en 2010, pero la coincidencia con la muerte del ex presidente Néstor Kirchner obligó a postergarlo.
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