Estamos acostumbrados a compararnos con Europa; nos gusta compararnos con Europa. En el campo de la cultura, el Viejo Continente en general y, de manera muy particular, París, ofician de espejo para que los argentinos nos miremos... y comparemos. Decimos, las más de las veces con fundamentos, que en Europa la preservación ocupa un lugar importante. Afirmamos, las más de las veces con razón, que nuestra memoria es muy frágil y destruimos, consciente o inconscientemente, todo vestigio valioso del pasado.

Los artistas sufrimos con esa nula preocupación por preservar nuestro patrimonio. Se han perdido, por ejemplo, centenares de registros testimoniales de nuestra música. La misma suerte corrieron horas y horas de televisión. No queda nada de ciclos tan recordados como los dedicados al teatro argentino y universal o la versión de Romeo y Julieta de Andrés Lizarraga, por citar unos pocos ejemplos. A diario comprobamos, además, cómo se demuelen edificios emblemáticos, vinculados con la historia cultural y social de la ciudad y el país.

Con sorpresa nos enteramos (gracias al generoso espacio que Página/12 le dedicó al tema) que el diario francés Le Monde (hoy bajo otra conducción y no con aquella que le dio el prestigio detrás del cual nos encolumnábamos en los años ’70) quemó, por accidente, unas 50 mil fotografías tomadas por el argentino Daniel Mordzinski entre 1978 y 2006. “No hubo persecución ni complot, sólo incompetencia”, afirmó tibiamente Mordzinski. Las imágenes estaban en una oficina que se pensaba desocupada y por eso se tiró todo lo que había en ella. Por falta de medios, el artista no había podido digitalizar el archivo y el 99 por ciento se perdió para siempre.

Esta vez los franceses se parecieron a nosotros: un artista sufrió un atropello similar al que tantas veces sufrimos por aquí sin que nadie se enterara, sin que nadie reaccionara.

* Cantante y legisladora porteña.