Viernes, 23 de junio de 2006 | Hoy
MUSICA › LA COLOMBIANA LUCIA PULIDO ACTUA HOY CON FERNANDO TARRES
“Los vamos a matar.” A Lucía Pulido se le inyectan en sangre sus ojos claros y repite dos veces la misma promesa. Hace un mes que la cantante colombiana llegó al país para trabajar minuciosamente el repertorio Songbooks I y II, los discos que editó junto a Fernando Tarrés y La Raza, y no ve la hora de que llegue el minuto cero –hoy a las 21.30 en La Trastienda– para exponerlos. Tarrés, con touch futbolero, extiende el concepto. “En el jazz, los discos son como fotos del viaje. Primero viajás mucho y después sacás fotos. Este proyecto es al revés: tiene más horas de laburo en estudio que shows. Nuestra cabeza es un hervidero de música, que te impulsa a salir a la cancha ya.” Ambos están sobreexcitados. Desde que Pulido pisó la Argentina, en mayo, no hace más que ensayar y ensayar con cinco jazzeros cabezones, que ni siquiera la han dejado pasear un rato. “Apenas conozco Rosario de noche, y recién hoy pude ir hasta Plaza de Mayo”, responde risueña, cuando la pregunta es si conoce el Norte argentino. Es que su voz, en varias de las composiciones que pueblan los Songbooks, no tiene nada que envidiarle a la de Balbina Ramos, Mariana Carrizo o cualquier changuita de esas que cantan bagualas en el Tren a las Nubes. Sus cuerdas místicas, contundentes, desangradas, parecen tragarse Purmamarca en cada palabra. Pero ella insiste: “Jamás estuve allí”.
Además de Tarrés en guitarra española, piano, arreglos y dirección musical, participan Rodrigo Domínguez en saxo y clarinete, Juan Pablo Arredondo en guitarra eléctrica, Jerónimo Carmona en contrabajo, Carto Brandán en batería y cajón y el trompetista Juan Cruz de Urquiza como invitado. “No habría muchos motivos para que la música tradicional argentina y la colombiana estén juntas. A priori suena caprichoso, pero no lo es. Creo que lo demostramos con este disco. Parece un invento medio chino y nada que ver”, admite Tarrés, sobre un trabajo que, efectivamente, no tiene nada de chino. Son 32 temas que configuran un camino por el que transitan cantos tradicionales venezolanos, ritmos del Pacífico colombiano, desgarradores cánticos de los llanos orientales de la tierra del café y sonidos del Noroeste argentino, como “Cholita traidora”, o “Bagualas”, de Yupanqui. Todos, revistados bajo una estética innovadora, sutil y hasta borrosa en términos de fusión standard.
Ambos se conocieron en Nueva York a través de un amigo en común. La cantante, de 44 años, está radicada allí desde 1994. “Me inventé otra vida, después de una coyuntura personal”, dice. No pudo haberle salido mejor. Su currículum neoyorquino es mucho más nutrido. De integrar un dúo de cancionero popular con suerte dispar en Colombia pasó a inmiscuir su sólida voz de raíz folklórica en proyectos de Ed Simon, Brian Blade, Dave Binney, Ben Street, Eric Friedlander y Donny McCaslin, o sea, la médula del jazz neoyorquino contemporáneo y/o experimental. Tarrés, que vivió 10 años en Nueva York codeándose con latinos grossos (Rubén Blades, Tito Puente y Paquito D’Rivera), una vez escuchó su voz y quedó deslumbrado. Así nació el proyecto. Después se cruzaron en el festival de jazz de Medellín, en otros toques en Nueva York y se concretó la magia.
–El fin de ustedes parece ser conjugar identidades: tradiciones populares argentinas, colombianas y venezolanas sustentadas por la improvisación jazzera...
Fernando Tarrés: –La confluencia lingüística no es lo original sino hacerlo con gracia y honradez. Todos los músicos argentinos que participamos en el proyecto venimos haciendo este tipo de híbridos culturales. Por eso descubrimos que en este trabajo hay una piedra a tallar: todo parece tener un sentido. ¿Cuál es? El vínculo con lo propio renace y se reinventa cuando te vas de tu tierra. Surge una cuestión de identidad necesaria, para entender por qué estás ahí; entonces tenés que contar algo distinto a lo que cuenta el resto.
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