Domingo, 2 de julio de 2006 | Hoy
OPINION
Por Carlos Maria Dominguez *
Haroldo Conti encarnó una confianza argentina, una manera de darla a conocer en la literatura, desaparecida con él durante la dictadura. Digo la buena leche de la fraternidad y la epifanía de un país que confiaba en la generosidad compartida. Sus cuentos y novelas lo sobrevivieron como un viento en la costa, al margen de la disciplina de los poderes que ordenan la vida y las palabras. Quien lea La balada de álamo carolina, Sudeste, Todos los veranos sabrá de su amor y sus tristezas en el rumbo de una escritura enamorada de la naturaleza y de la gente, que guardaba en la cadencia de su prosa una poética.
A distancia de la ambición borgeana, del nervioso tormento de Arlt, del sarcasmo intelectual de Cortázar, Conti dio una literatura sensible a las formas menudas del destino, bajo la convicción de que el mundo y el hombre ruedan con una íntima y desatendida fatalidad. Lo hizo con encanto, ternura y un coraje tan imaginativo como piadoso frente a los modos del fracaso.
Hay escritores mayormente preocupados por el reflejo literario de los dramas humanos y escritores involucrados con los conflictos que luego expresan. No es necesario aclarar a qué raza pertenecía Haroldo Conti. Pagó por ello con su vida. A treinta años de su desaparición es éste su valor cívico. El de su obra pertenece al legado de una aventura del asombro y la belleza, insoslayable en la literatura argentina.
* Escritor.
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