En principio, no me gusta hablar de “televisión infantil”, como tampoco creo que sea correcto hablar de teatro o literatura infantil. Esa palabra, usada como adjetivo, adquiere cierto matiz descalificatorio. Cuando los agentes de teatro dicen “vamos a hacer un infantil”, desde el vamos están presuponiendo que va a ser algo liviano, de bajo presupuesto: total, es para los chicos... Así como no se califica al teatro o a la televisión de “adultos”, tampoco debería hacerse con lo que está pensado para niños.

La otra palabra que no me gusta es “chicos”. Un chico es uno que no es grande, y así definido, por oposición, no tiene entidad propia, no es nada. La infancia no es un estado de pequeñez respecto de otro, es una etapa de la vida con sus caracterísiticas propias y distintivas. Por eso prefiero hablar de niños, aunque me critiquen diciendo que me hago la maestrita. La palabra “chicos” usada en todo lo que sea para niños vuelve a implicar una descalificación y no es inocente: se verifica en la baja calidad de lo que se les ofrece a los niños. Esto es algo que la televisión ha demostrado hasta el hartazgo.

Celebro que haya gente que se ponga a pensar en cómo debe ser la televisión que ven los niños. Lo primero que tendrán que tener en cuenta quienes lo hagan será que lo que está dirigido a los niños debe tener, por lo menos, las mismas exigencias de calidad que lo que se dirige a los adultos, y por lo tanto la misma inversión. En realidad, debería ser mayor, pero podríamos empezar por igualarlos. Hace falta invertir dinero para lograr producciones de calidad. Si no, está lo que se ve: cosas horribles, mal trabajadas, mal filmadas, y además mal pagadas. La televisión para los niños, así como la educación o la salud para los niños, debería concentrar las mayores exigencias de calidad.

* Directora del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín.