Jueves, 27 de julio de 2006 | Hoy
MUSICA
Suele decirse que el Movimiento del Nuevo Cancionero, creado por Armando Tejada Gómez, Oscar Matus, Tito Francia y Mercedes Sosa, entre otros, inspiró a la Nueva Trova Cubana. Si es así, ¿cómo definiría esa influencia?
–En 1967, cuando salí del ejército con aquellos engendros que yo creía canciones, no había confrontado mis esfuerzos con ningún otro autor. No conocía a nadie. Cuando llegué al mundo de la televisión me fui encontrando con autores guitarristas un poquito mayores que yo, que eran los profesionales de mi generación. Ellos tocaban canciones de filin, que era la trova que nos precedía, y también temas de Michel Legrand y de la bossa nova de João Gilberto. Tiempo después escuché que había algo denominado Nueva Canción Latinoamericana. Una tarde de 1968, en el hogar de Haydeé Santamaría, la fundadora de Casa de las Américas, escuché el disco Las últimas canciones de Violeta Parra, que me impresionó mucho. A través de ese vínculo que tuvimos con Casa, adonde íbamos a cantar, los trovadores jóvenes empezamos a enterarnos de nombres como Horacio Guarany, que años más tarde tuvimos ocasión de visitar en Madrid. Entonces no se daban conferencias sobre Nueva Canción, ni se escribía mucho sobre eso. Uno de pronto pasaba y escuchaba algo en la radio, o iba a casa de Roque Dalton y veía un disco de Falú. Recuerdo que en 1969 supe que existía Leonard Cohen, porque Glauber Rocha vino de Canadá y me regaló un librito en inglés. A Mercedes la conocí y la escuché cantar por primera vez en La Habana, después de 1970, también al lado de Haydeé, que la quería mucho. A Tejada y a Isella los escuché por primera vez en el teatro García Lorca, junto a Los Folkloristas. Recuerdo que también llegaron los Parra, la Nueva Canción Chilena, y entre todo aquello el flaco Viglietti invitaba “A desalambrar”. En Cuba también había ocurrido un Festival de la Canción Protesta, auspiciado por Casa de las Américas en 1967, al que asistieron cantores de todo el mundo y entre ellos latinoamericanos. Pero en ese momento yo todavía estaba en el ejército y me enteré mucho después. Fuera como fuera, conocer toda aquella riqueza ética y estética sin dudas nos identificó y nos fortaleció.
–¿Hay otros autores del folklore argentino que rescate como fundamentales?
–Espero no pecar de obviedad si digo que sólo Atahualpa Yupanqui es una escuela, o más bien una universidad. Es que no conozco en profundidad el folklore argentino. Creo que tampoco el cubano. Hay una forma más amplia de asumir lo nacional con la que me identifico más fácilmente. De esa otra música, en el caso de Argentina, me gustan Discépolo, Pugliese, Piazzolla, Félix Luna, María Elena Walsh, Alberto Cortés, Chango Farías Gómez, Charly, Fito, Pedro Aznar, Víctor Heredia, León Gieco, Piero y otros que de pronto se me escapan.
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