TEATRO
“Creo que a cualquier persona que esté pensando su existencia, para qué estamos en la vida, qué es la sociedad y qué es lo que uno tiene como causa, le resonará la obra”, dice Wassermann, la actriz de Las 50 nereidas. La pareja de Briski tiene 33 años, es abogada y dice que el amor por el teatro le surgió como “contramandato de sus padres”: “Las clases medias te enseñan a tenerle miedo a la pobreza porque vienen de estratos bajos”. No bien consiguió un trabajo, Wassermann se independizó de sus padres, fue a vivir a una pensión y se dijo: “soy libre”. “Y elegí estudiar con Norman porque el mandato de mi madre era que él era buen actor. Fue la única persona con la que me formé, y siempre hice obras con él”, cuenta.
–No debe ser fácil aprender esa letra.
–A todo le encuentro sentido, hasta a lo que no lo tiene. La letra es lo último. Sólo un mes antes del estreno estudiás la letra con más puntería. Uno se termina adaptando a lo que le queda en el cuerpo. La ventaja de tener tan a mano al autor es que sentía que algo me faltaba y él modificó el final.
–¿Cómo es Norman trabajando?
–Es muy riguroso, me parece fantástico, me llevo bien con esa rigurosidad. Es tantas cosas Norman trabajando... Se la pasa inventando, creando, uno aprende mucho. Uno aprende que cuando hace una obra no es por guita, sino por una causa. Y se vuelve muy vital.
–¿Cómo viene recibiendo la obra el público?
–Hay gente que estoy segura de que a los quince minutos se quiere ir (risas). Pero recibimos muchos halagos. Eso nos llega. Todo es vinculación, pareciera.
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