CINE › IVáN FUND, FRENTE AL ESTRENO COMERCIAL DE AB Y ME PERDí HACE UNA SEMANA
El cineasta mostrará sus dos películas, que ya habían sido presentadas en festivales, en el Espacio Incaa Km 0-Gaumont. “Siento que todo lo anterior fue una gran escuela y que a partir de ahora tengo la claridad para empezar de nuevo”, señala.
› Por Ezequiel Boetti
Cuando filmó Me perdí hace una semana, a mediados de 2012, Iván Fund estaba como sus personajes. Esto es, en un estado de quiebre, con la certeza de una clausura próxima, mirando de reojo la comodidad en la que se habían aplacado los mecanismos de su rutina, en este caso, artística. Pero en ese momento no lo sabía. Tampoco que aquel estilo formal y temático que lo había convertido en uno de los cineastas sub-30 con mayor proyección internacional, además de un emblema del último lustro del Bafici, tendría un nuevo canal de expresión en AB, en este caso en codirección con Andreas Koefoed. Habría que esperar hasta marzo y abril de este año, cuando el Palais de Glace y el cineclub cordobés Hugo del Carril programaron sendas retrospectivas de su obra, para dilucidar los porqué de las dificultades de aquel rodaje. “Ahí vi todas las películas juntas y terminé de entender qué era lo que había hecho”, dice ante Página/12, y continúa: “Me pareció que tenían un cúmulo de cuestiones, una nebulosa formal y temática que de alguna forma se clausuraba con esa película”. Dos Fund clásicos –¿los últimos?– al precio de uno, entonces, debería decirse ahora, ya que ambos films se verán desde hoy en el Espacio Incaa Km 0-Gaumont. “Está bueno que puedan estrenarse juntas porque son películas chicas y pueden apoyarse entre sí para que una rebote en la otra”, justifica.
La locación es la de siempre: Entre Ríos, más precisamente la localidad de Crespo, donde creció él y nacieron los cineastas Maximiliano Schonfeld y Eduardo Crespo, este último habitual colaborador del santafesino (es uno de los coguionistas de Me perdí... con Santiago Loza y el propio Fund). Las coordenadas narrativas, también: el acompañamiento cotidiano a un puñado de personajes que, en la mayor parte de los casos, no lo son. Al fin y al cabo, es sabido que el cineasta suele filmar a los propios pobladores y familiares, repitiendo los rostros en varias películas (las protagonistas de AB son las mismas del segundo segmento de Hoy no tuve miedo), pero sobre tensionando aún más las de por sí porosas fronteras entre ficción y realidad. “Nunca sentí la urgencia de aclarar ‘esto es documental’ o ‘esto es ficción’ porque es todo parte de lo mismo. Tanto las películas como los personajes y las personas van avanzando a la par”, afirma.
–Si hay tantos puntos de contacto entre ambas películas, ¿por qué siente que la clausura se da con Me perdí... y no con AB?
–Porque AB es un proyecto que llega del festival Cph: dox de Dinamarca, que consistía en elegir un director sudamericano para que trabajara con uno local, y no desde mí. Andreas había visto Hoy no tuve miedo y le habían gustado mucho las protagonistas, y yo a la vez sentía que tenía ganas de hacer algo más con ellas y con su relación, así que le prepuse que AB fuera una especie de “apéndice”. A él le encantó la idea, la amistad entre ellas y el momento que estaban atravesando, y pensamos en empezar a trabajar sobre eso. AB surge así, como sin querer. Me perdí..., en cambio, fue la película más difícil de filmar y exigente en términos personales y si se quiere cinematográficos. Para mí fue una clausura porque me enfrenté cara a cara con todo lo que estaba buscando, con aquellas dudas, con el estar perdido con cierto método y aproximación que tenía al cine y a lo que quería cortar.
–¿Cómo condicionó eso a la película?
–Cuando llegó la hora de filmar el guión que habíamos escrito con Eduardo Crespo y Santiago Loza, me encontré con que lo que me pasaba frente a las escenas era totalmente distinto a lo que se había escrito, que me sentía en una zona más opaca y vacía en la que no lograba hacer que eso funcionara, que me conmoviera. Ahí me decidí por aceptar eso, entender que iba a ser así y hacer que ese conflicto pudiera teñir la película.
–Uno de los personajes dice en off que el film fue una extensión de su vida, que no la vivió como algo separado. Podría pensarse que a usted le pasó algo parecido.
–Sí, fue muy complejo. Fue darme cuenta de que la distancia que necesitaba para filmar no estaba, como que los personajes necesariamente tenían que existir de una forma más tajante para poder funcionar con los actores que había elegido. A la hora de filmar, me embarullé y decidí cambiar. Por suerte todos lo aceptaron y pudimos construir la película desde un guión con una base más acuosa. Por eso decido hacer las entrevistas con los actores para ver si les había pasado algo, lo que para ellos también era muy raro porque sabían que sería parte del corte final. Pero más allá de eso, Me perdí... termina siendo algo muy simple sobre las relaciones de cuatro personas y cómo ellas tratan de pasar sus días.
–Los cuatro personajes están en un momento de quiebre, igual que usted...
–Sí, totalmente. Creo que el problema más grande fue ése: empatizar demasiado con los personajes y no poder tomar la distancia necesaria. A la vez, es una de las películas que más me gusta. Fue duro, pero pensándolo retrospectivamente no fue tan distinto a los rodajes anteriores. Si digo que es una clausura es porque en cierta forma pude entender lo que había pasado con las otras películas y cómo había funcionado yo en esas situaciones. Entonces, es como que Me perdí... me hubiera aclarado algo.
–¿Qué le aclaró?
–Me cuesta articularlo, pero es una especie de cierre de mis búsquedas. Siento que todo lo anterior fue una gran escuela y que a partir de ahora tengo la claridad para empezar de nuevo. Pero también sé que los rodajes anteriores también empezaron con un guión y después se fueron transformando en vivo en otra cosa, y me doy cuenta de que es así como me sale, así funciono. En ese sentido, está la cuestión de la lucha entre documental y ficción que, aunque no quiera, termina estando casi como una fatalidad. Por eso terminé armando Hoy no tuve miedo en dos partes. En AB también hay dos capítulos...
–Tanto en estas dos películas como en el resto de sus trabajos, la cámara siempre está muy cerca de los personajes y los objetos. ¿Qué le interesa de esa forma de filmar?
–Me sale instintivamente. Disfruto muchísimo los primeros planos y ver el rostro de una persona en una pantalla, y también me interesa que la cámara sea partícipe, más allá del gesto posmoderno que pueda significar. Me da mucha curiosidad ver cómo el mecanismo cinematográfico está condicionando la historia. En el caso de Me perdí era eso: ver qué pasaba cuando estaba el aparato ahí. Hay una suerte de pacto que sale casi inconscientemente cuando el que filma y el que es filmado, sea o no actor, habilita una tercera dimensión que no es ficción pero tampoco realidad, aunque sí un acuerdo entre el que está mirando y el que se deja ver.
–Es raro que hable de una “cámara partícipe” y que las situaciones de sus películas fluyan como si ella no estuviera.
–Tiene que ver con los actores, el nivel de entrega y el saber estar. Y también con que el equipo tome conciencia de que no estamos nosotros “acá” y el rodaje “allá”, sino que los quince días que compartimos van a construir la película. Si todos los involucrados sabemos eso, habilita a que no importe si estás grabando o no.
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