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Martes, 26 de agosto de 2014

LITERATURA › OPINIóN

Marcas que no dejan huella

 Por Damián Tabarovsky *

¿Es posible que Cortázar esté hoy más presente en la narrativa española que en la argentina? Pienso en proyectos tan disímiles como el de Isaac Rosa en El vano ayer y en algunos de los integrantes del grupo (o ex grupo o el grupo que nunca existió) Nocilla, que pese a sus diferencias abismales tienen en común una cierta vuelta a Cortázar, ya como homenaje, ya retomando varios de sus trucos y juegos. No tendría la misma certeza a la hora de encontrar rastros de Cortázar en la narrativa argentina actual. Por supuesto que los hay: se pueden hallar en tal o cual texto, en cual o tal escritor, sobre los que no vale la pena detenerse. No hay una herencia de Cortázar que esté a la altura de Cortázar, como Cortázar no está a la altura de la más interesante tradición de la literatura argentina.

En cambio, tal vez valga la pena indagar en la experiencia de lectura de Cortázar, e incluso en sus lugares comunes y estereotipos, que son muchos, demasiados. En el hecho de que Cortázar sea leído en la adolescencia, que Cortázar haya sido para muchos –desde fines de los ‘60– el introductor de Duchamp y Roussel, de Macedonio y Boris Vian, de la vanguardia francesa y del gusto por el juego de palabras. Allí los rastros de su influencia se vuelven subterráneos –y por eso mismo, más atractivos–. La literatura de Cortázar marca, pero no deja huella. ¿Qué implicancia, qué efectos literarios suceden cuando generaciones –dos, tres, ya cuatro– de escritores se forman leyendo a un escritor? A un escritor sobre el que no se abatió ningún parricidio: casi nadie discute hoy con Cortázar, casi nadie lo construye como rival. Y mucho menos como maestro. Más bien acontece, al menos a primera vista, un cierto desinterés, cuando no un olvido. Pero esa marca subterránea alguna clase de influencia debe tener. Una influencia que no se puede medir, que no se puede calcular: un rastro que no se puede rastrear. Tentado de avanzar en esta línea –la línea que lleva al fracaso– adelanto una hipótesis sobre el éxito de Cortázar entre los lectores jóvenes, entre los escritores en ciernes. Un rasgo central, absoluto: Cortázar produce deseo. Produce el deseo de escribir y de escribir de otro modo. Precisamente él, el que escribió siempre del mismo modo, el que siempre fue idéntico a sí mismo; especie de Dorian Gray de la literatura nacional, eternamente joven siendo ya grande (nacido en 1914, el Boom lo encontró 20 años mayor que Vargas Llosa, por ejemplo); justo él, el nacido para ser poster y foto parisiense; él, la encarnación literaria de la mismidad, es quien produce el deseo de ser escritor, el deseo de escribir. ¿Y qué es escribir, sino volverse irremediablemente otro?

* Escritor.

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