¿La ficción es más potente para contar algunos hechos que el discurso de la historia o de la crónica?

–Si nos envalentonamos, podemos decir que la ficción es más potente. En un momento de modestia como el que estoy atravesando, prefiero decir que la ficción es diferencial, depende del estado de ánimo con el que uno se levanta (risas). Se ve con claridad en la ficción sobre Malvinas; generalmente pensamos que hay un núcleo pleno de la verdad y de la comprensión que radica en el corazón de la vivencia: cuanto más lejos de la vivencia estás, más lejos estás de ese núcleo de verdad. La vivencia aporta y también resta. Bajo esa premisa ideológicamente tan fuerte de que hay un saber que es el saber de la vivencia, está la idea de que hay saberes que pueden provenir de la no vivencia, aquello que sólo el que no vivió puede saber y que nos llevaría a la cuestión diferencial de la ficción. Lo que uno encuentra en Los pichiciegos y lo que abrió Las islas es algo muy específico, más potente en cierto tipo de verdad que no tiene que ver estrictamente con la verdad de los hechos. Al quedar eximida de la inmediatez de la verdad de los hechos, la ficción interpela otro orden de la verdad. Las ficciones de Malvinas son muy verdaderas incluso cuando lo que cuentan es completamente inventado o imposible. La verdad sustancial de la guerra de Malvinas es su profundo y cabal sinsentido, pero no un sinsentido para levantar el dedo, sino para analizar cómo se produce y cómo funciona. El sinsentido produce creencias, inmolaciones, sacrificios, fervores... La ficción tiene mejores armas para expresar el sinsentido de la guerra que un testimonio, que probablemente por provenir de alguien que vivenció los hechos necesita darle sentido.