Martes, 9 de diciembre de 2014 | Hoy
CULTURA › OPINIóN
Por Luis Scafati
Lustrar un poema es casi siempre una tarea complicada porque, de alguna manera, se trabaja con esencias, y las esencias son volátiles, difíciles de aprehender. En este caso particular, cuando se trata de canciones que acompañaron a varias generaciones, canciones que vivieron y viven en el imaginario cotidiano e íntimo de tantos, la inhibición se multiplica. Vi crecer al rock nacional desde su inicio, Luis Alberto Spinetta, Charly García, León Gieco y tantos otros me acompañaron con su música a lo largo de muchos años. Sin saberlo, ellos estaban en mi taller. Seguramente, les debo algunos dibujos.
Cuando me propusieron ilustrar un conjunto de canciones de Spinetta, sentí que si compartíamos el nombre había entre nosotros dos cierta empatía. Tomé eso como un guiño y acepté. Entonces, comencé a escudriñar cada letra, a mirarla con pupila de ilustrador, y apareció ante mí una constelación luminosa. Como cajas chinas, una dentro de la otra, se fueron revelando las distintas facetas de la cosmovisión del poeta-músico. Ahí estaban el capitán Beto y los sueños de Artaud. Ahí respiraban el guerrero, el chamán Castaneda, las enseñanzas de Don Juan, el yin y el yang junto al alma de diamante, el corazón, conciencia emocional que sangra como un durazno.
No sé cuánto puedan aportar mis dibujos a esta música, no pretenden otra cosa que ser un homenaje al espíritu de Spinetta y a todo lo que nos legó.
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