Lunes, 21 de agosto de 2006 | Hoy
MUSICA › AUGE, CAIDA Y REIVINDICACION ARTISTICA
Por D. F.
Siempre, y más allá de las distintas fundamentaciones que se esgrimieron según las épocas y las ideologías, se pensó que la música era una buena manera de aumentar la eficacia de un mensaje. Los cantos propiciatorios para la caza, los himnos y plegarias destinados a los dioses más diversos, las serenatas, la ópera y la virtual obligación de que toda película tenga su música, se corresponden con esa creencia. No hay registro de una sola cultura en la que no se suponga que la música hace más potentes los mensajes. El canto podía aumentar la fe y la comunicación con Dios pero, obviamente, era también un vehículo inmejorable para los oscuros designios del Diablo. No es extraño, entonces, que los líderes de los grandes movimientos de masas del siglo XX, tanto los democráticos como los totalitarios, hayan pensado a la música como uno de sus aliados privilegiados y, también, como uno de sus peores enemigos. El nazismo y el stalinismo, por sólo nombrar a dos de ellos, tuvieron sus estéticas oficiales y sus consiguientes listas de héroes y demonios.
En el caso de la Alemania posterior a la elección que consagró a Hitler como canciller, en 1933, la primera incluyó al poderoso pasado, con Beethoven y Wagner como insignias del Gran Arte Germánico, y unos pocos compositores del presente, como Hans Pfizner y Carl Orff, indudablemente arios y fuertemente comprometidos con el ideario nacionalsocialista. Fueron ellos dos, precisamente, los que adaptando una idea referida originalmente a las artes plásticas –la que había desembocado en la exposición Arte degenerado– presentaron, en 1938, una exhibición de partituras de obras atonales, arreglos de jazz, hits populares y composiciones de autores judíos. La muestra, realizada en Düsseldorf, llevaba el nombre de Entartete musik (música degenerada). Los compositores incluidos allí debieron, en su gran mayoría, emigrar. Pero lo interesante es que, una vez finalizada la guerra, sus obras siguieron sin tocarse en Alemania. Teniendo en cuenta que éste fue uno de los centros de irradiación del canon de la música clásica, sobre todo a través del sello Deutsche Grammophon, que fue el primero en grabar obras clásicas completas, y que lo hizo, justamente, durante la Segunda Guerra Mundial, no existir en Alemania era muy similar a no existir en absoluto.
Compositores como Goldschmidtt, Eisler o Krenek prácticamente desparecieron de la escena clásica hasta bastante avanzado el siglo. A comienzos de los ’90, Decca publicó una serie bautizada Entartete Musik en la que incluyó repertorio de autores prohibidos e incluso asesinados por el nazismo. El privilegio de encabezar la colección se le había asignado a una ópera que a fines de la década de 1920 y antes de ser prohibida con la acusación de “bolchevismo musical”, había tenido un éxito considerable: Jonny spielt auf, de Ernst Krenek.
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