Jueves, 16 de abril de 2015 | Hoy
CINE › EL DIRECTOR TIM BURTON HABLA DE BIG EYES, SU NUEVA PELíCULA
El cineasta dice que disfrutó filmando una película “chiquita”, a la que define como “una comedia romántico-psicológica de terror dark”. Burton reivindica el arte de Margaret Keane, a quien relaciona con Ed Wood.
Por Stephanie Wright
“Estaba cansado de filmar películas ‘grandotas’, necesitaba filmar de nuevo una más ‘chiquita’”, dice Tim Burton, refiriéndose en principio al tamaño del aparato de producción, pero también quizás a cierto gigantismo per se que afectó a alguno de sus films más recientes. Big Eyes es la más económica de su carrera. Más incluso que su ópera prima en el largometraje, La gran aventura de Pee-Wee (1985), que a valores actuales hubiera costado unos millones más que ésta. La otra novedad es que en su opus 16 no actúan Johnny Depp ni Helena Bonham Carter. En el caso de ella, tal vez obedezca a su separación. En el de él, quizá finalmente Burton haya logrado resolver el desconocimiento que cierto chiste que circuló tiempo atrás por Internet presumía. “¿Cómo que hay otros actores, aparte de Johnny y Helena? –se enfurecía el Burton del chiste ante sus representantes–. ¡Me hubieran avisado antes!”
Parece que al final le avisaron, por lo cual la pareja protagónica de Big Eyes quedó a cargo de Amy Adams (segunda protagonista femenina en un film de Burton, después de Alicia) y el austríaco Christopher Waltz, cuyo estilo caricaturesco se adapta a la perfección al que el realizador de El joven manos de tijera prefiere. Adams y Waltz hacen de Margaret y Walter Keane, marido y mujer pero también, en un punto, secuestrador y secuestrada. Ella firmaba como Keane, sin detallar nombre de pila, los cuadros que todo Estados Unidos compró en los años ’60. Gigantesco negocio familiar y gigantesco “malentendido”, ya que se suponía que era él el que pintaba esos retratos de chicos de ojos enormemente tristes, que nadie quería dejar de colgar en su living.
En la entrevista que sigue, un Burton que se acerca a los 60 reivindica el arte de esta artista despreciada, la relaciona con Ed Wood, confiesa haberse sentido igual al exponer su obra plástica, relaciona la obra de Margaret Keane con sus propias criaturas, explica qué relación encuentra entre los Keane y los monstruos que siempre amó, habla sobre su segundo trabajo con los guionistas Scott Alexander y Larry Karaszewski e intenta definir a qué género cree que pertenece Big Eyes.
–¿Es verdad que es feliz poseedor de un Keane?
–¡De dos Keane! ¡Y hechos a pedido! El último que Margaret nos pintó fue uno de tamaño muy grande, de Helena (N. de la R.: Bonham Carter, ex esposa de Tim Burton) y nuestro hijo. Me llevó un tiempo ver que entre las nubes había pintado mi silueta, que flotaba allí como algo ominoso. Como si fuera su marido...
–Entiendo que valora su arte.
–¡Ella es muy buena en lo que hace! Sabe cómo capturar expresiones, tiene un estilo que no se ata al realismo. Por otra parte, tenga en cuenta que crecí a comienzos de los ’60, una época en que sus retratos estaban por todas partes. Siempre me generaron una rara fascinación. De hecho, siempre me parecieron bastante perturbadores. Hay algo que asusta un poquito en esos chicos tan tristes y de ojos tan grandes... Recuerdo preguntarme, de chico, por qué la gente tenía en sus livings retratos de chicos llorando.
–Muchos de sus héroes y heroínas parecían ya niños-Keane, con esos ojos tan abiertos.
–¡Me encantan los actores que abren mucho los ojos! Actores como Johnny (Depp), Winona (Ryder) o Eva (Green). Actúan con los ojos, como los actores del cine mudo. No necesitan hablar. El propio Michael Keaton, cuando se ponía el traje de Batman, era sólo ojos. Y esa mirada daba miedo.
–Cuando usted empezó a trabajar con Keaton en Beetlejuice y Batman, y con Depp más tarde, ¿tuvo presentes a esos niños-Keane?
–No conscientemente, pero tal vez sí de modo inconsciente. Incluso antes de empezar a filmar, yo dibujaba ya personajes de ojos grandes y pupilas chicas. Esa combinación entre lo encantador y lo perturbador siempre me resultó afín, y es posible que los retratos de Margaret hayan sido un primer referente.
–¿Cree que los personajes de sus dibujos –Jack, el Niño-Ostra, la novia cadáver— podrían considerarse una derivación gótica de los niños-Keane?
(Risas.) –¡Sí! No lo había pensado, pero algo de eso hay.
–¿Qué lo llevó a filmar la historia de Margaret Keane?
–A mediados de los ’90, un amigo me contó la historia de la relación de Margaret y Walter, que en su momento ni había trascendido, por el hecho de que ella quedó excluida del mundo del arte. No era noticia. Cuando finalmente reveló la apropiación de sus cuadros hecha por Walter, la noticia no salió en primera plana de The New York Times sino en tercera página... ¡de The Honolulu News! (risas)
–¿Tal vez la relación entre Margaret y Walter le haya generado una atracción semejante a la que le producían, de pequeño, los monstruos de la Universal?
–Creo que sí. Era una pareja monstruosa que daba a luz esa especie de niños mutantes. Todo ello, aparte, en una California de los años ’50 y primeros ’60, donde todas las familias parecían, a la vista, encarnaciones perfectas del American Dream.
–¿Usted encargó el guión de Big Eyes a Scott Alexander y Larry Karaszewski o ellos habían escrito uno y se lo hicieron llegar?
–Me enteré de que Scott y Larry, con quienes yo había trabajado en Ed Wood, habían escrito un guión sobre ellos. Si hay alguien que puede escribir un buen guión sobre cualquier clase de gente más o menos rara o marginal, ésos son Scott y Larry. Son especialistas en historias reales ligeramente increíbles, así que inevitablemente paré las orejas cuando me enteré. Primero pensé en producirla y que la dirigiera otro, pero después de dirigir un montón de películas muy “grandotas” tenía ganas de hacer una más chiquita, y ésta lo era.
–¿Disfrutó la experiencia de filmar una película más “chiquita”?
–Muchísimo. Me sentí liberado de toda la maquinaria que hay que poner en movimiento para filmar la más mínima escena de una película de alto presupuesto. Pero ojo, que también hay que hacer o, en mi caso, rehacer todo un aprendizaje para filmar con pocos recursos, después de años de hacerlo con todos los medios al alcance. Hay que hacer todo más rápido, moverse de un decorado a otro, andar todo el día dando vueltas. Y también está la cuestión de que al tener que restringir los decorados uno puede reconectarse con los actores, y Amy Adams o Christopher Waltz son actores que justifican poner toda la atención en ellos.
–¿Big Eyes es su película más barata?
–Teniendo en cuenta la inflación, sí. Más barata que La gran aventura de Pee-Wee, comparativamente, e incluso más que Ed Wood, en términos netos.
–Usted tiene una carrera colateral de artista plástico. ¿Siente alguna clase de identificación con Margaret Keane, en cuanto al modo en que se recibieron sus obras?
–Me siento muy identificado con eso. A mí me dijeron de todo cuando expuse. Le diría que me trataron incluso peor que a ella. Se preguntaban qué era esa mierda que no era arte. Como sucedía también con Ed Wood. Esa es en verdad la cuestión de fondo, qué es arte y qué no, qué es bueno y qué es malo, y de acuerdo con qué cánones. Vuelvo a lo anterior: en el caso de Margaret hay en sus retratos una cualidad perturbadora que me parece no fue advertida y que introduce un elemento inesperado en este presunto naïf casi escolar. Respondiendo la pregunta, creo que eso es bueno, muy bueno. Y que es arte, porque una de las cualidades del arte es justamente la ambigüedad, la capacidad de perturbar mediante un subtexto.
–¿Usted trabaja con storyboard?
–Intenté hacerlo al comienzo de mi carrera, tal vez como producto de que venía del dibujo, pero enseguida me di cuenta de que la presencia del actor cambia el encuadre. Rompe cualquier encuadre previo, le diría, porque el actor trabaja con el cuerpo y no hay forma de encerrar un cuerpo en un encuadre. Bah, como hacer se puede, pero queda mal y no es bueno ni para el actor ni para la película ni para nada.
–El estilo de actuación de Amy Adams no parece muy afín al resto de sus actores, que tienden al exceso. Como el propio Christopher Waltz aquí, sin ir más lejos.
–Amy tiene un estilo interior. Es asombroso cuánto puede transmitir, aun en un papel tan retraído y sumiso como el de Margaret al comienzo.
–En la última entrega de los Globo de Oro clasificaron la película en el rubro Comedia. ¿Está de acuerdo en considerarla una comedia?
–Mire, la verdad que no sé. A mí todo lo que me gusta me parece divertido. Fíjese que incluso cuando filmo películas de terror no son “de miedo”, siempre me salen comedias de terror. Lo que me gusta es mezclar cosas de distintos géneros. En la historia de los Keane hay elementos monstruosos, hay una apropiación de personalidad, una suerte de trabajo esclavo (aunque para Margaret funcionaba también como sociedad), un fuerte componente de absurdo... Yo diría que es una comedia romántico-psicológica de terror dark (risas).
Traducción, edición e introducción: Horacio Bernades.
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