Lunes, 27 de abril de 2015 | Hoy
CULTURA › OPINIóN
Por Emilio García Wehbi *
Pocos formatos artísticos han sido tan descalificados a lo largo de la historia como la performance. Ha habido factores internos (muchas performances y performers malos, pero eso no nos interesa porque sería como descalificar toda la historia del cine sólo porque Hollywood produce películas como chatarra cultural) y factores externos. Sobre estos últimos me querría detener un momento. ¿Por qué este género tan relativamente reciente (los primeros esbozos de performance aparecen con Alfred Jarry y los dandies de fin de siglo XIX) ha sido continuamente resistido o combatido? Quizá por dos motivos básicos. El primero y principal es que la herramienta exclusiva y excluyente de la performance es el cuerpo. Y no sólo su representación, como lo hace la pintura o el teatro. Sino un cuerpo presente (o ausente), es decir uno vivo (o vivido). Y un cuerpo vivo expone todas sus potencias y todas sus debilidades.
Sobre sus “potencias” se ha construido la historia de la belleza de la humanidad (desde Aristóteles y su noción de las bellas artes en relación a las sagradas proporciones de la naturaleza), pero sus “debilidades” se han mantenido en reserva durante mucho tiempo, al menos en el campo del arte. Porque un cuerpo vivo también excreta, exuda, se ensucia, sangra y adopta otras proporciones que no respetan las “buenas formas”. Y la puesta en acto de la vida real es la materia central de la performance. El cuerpo del performer se desnuda en toda su naturaleza y se muestra como tal. Allí radica su fuerza y su potencia, porque manifiesta su singularidad y arrasa con lo establecido.
El segundo motivo de su descalificación reside en que la performance es una expresión de minorías. Allí cuando a un grupo social minoritario se lo ha despojado de todo, discriminado y apartado hasta el límite de lo soportable, es que aparece la performance y el cuerpo del artista. Porque éste no puede ser despojado de su cuerpo y su cuerpo es, a la vez, su campo de batalla y su arma. Desde ese último recurso y a través de él inscribe en el mundo su digno gesto de resistencia. Por eso el discurso de minoría siempre ha sido parte de este arte: a través de la performance se han manifestado históricamente problemáticas tales como la de género (feminismo, temática queer, transgénero), raciales o étnicas (chicanos, negros, etc.), temáticas sociopolíticas (inmigrantes, desplazados) y de enfermedad (VIH, locura, etc.). Por lo tanto, es comprensible que la performance genere resistencias y críticas, sobre todo de las “buenas gentes”, amantes de lo “bello”. Pero atención: la performance llegó para quedarse, al menos mientras se mantenga este orden del mundo.
* Actor y director teatral.
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