Viernes, 7 de agosto de 2015 | Hoy
MUSICA › OPINIóN
Por Fernando Uzal *
La reunión se llevó a cabo durante una tarde de invierno en la oficina de Andrés Vignolo Producciones, de la calle Rivadavia y Medrano. Sólo dos personas integrábamos el staff de esa agencia, el propio Andrés y yo. Fue una suerte de casting, promovido por la gente de Radio Trípoli Discos –responsables de grabar al grupo– para decidir si representábamos (o no) a una banda punk que estaba pronta a editar su segundo disco: Attaque 77. Antes de que llegaran los muchachos, y como si fuera parte de la prueba que debían superar, cometí una chiquilinada arrogante con la que, tal vez, buscaba algún tipo de reacción por contraste estético. Ese día yo andaba con el primer disco solista de Lennon, en cuya portada estaban él y Yoko sentados debajo de un árbol. La contratapa carecía de texto alguno y una gran foto en blanco y negro pixelada de John cuando era niño ocupaba todo el espacio. Así es que coloqué el disco detrás de mí con el rostro inidentificable del joven Lennon hacia adelante. Cuando la reunión comenzó Mariano Martínez me dijo: “Ese es el primero de la Plastic Ono Band. Es un discazo”. En ese momento supe que me iba a llevar bien con esos pibes.
Pasaron algunos meses hasta que El cielo puede esperar estalló como una granada. De hecho, el primero de los recitales que produjimos presentaba un aspecto desolador. Había menos de cuarenta personas. Contrariamente a lo que creíamos, “Hacelo por mí” se impuso rápidamente como el hit del disco a partir del pedido de Mario Pergolini de utilizar al tema como título y cortina de su programa televisivo. La canción sobre la que poníamos todas las fichas era “Donde las águilas se atreven”, composición a la que considerábamos “el futuro de Attaque”.
Durante los años ’90 y ’91, Attaque tocó en vivo en forma ininterrumpida por todo el país. Llegamos a hacer fines de semana de tres dobletes. Dos shows el viernes, dos el sábado, dos el domingo. En un micro destruido anduvimos por todas partes. Eramos un grupo de chicos de 19 años como en una estudiantina de viaje de egresados. Los viajes se tornaban peligrosos por el poco descanso de los choferes, y las grescas que se producían cuando comenzaban a llover objetos contundentes y golpes de puño a modo de diversión. De pronto, alguien gritaba el nombre del chofer (el Morsa) y el hombre era golpeado en plena ruta con aerosoles, botellas y otros enseres. Incluso, en cierta ocasión lo encapucharon con una funda llena de espuma de afeitar en su interior mientras conducía. Solíamos ser abordados por la policía caminera o por gendarmes, o encontrarnos, de pronto, con una desconocida adolescente manejando de noche por una ruta santafesina nuestro monstruoso transporte cargado de equipos. A bordo se contaban historias de miedo, vivencias dignas de Lovecraft. La banda de sonido de esa gira fue el disco Cataratas musicales, de Los Twist. “Ricardo Rubén”, “El estudiante” y “Vicente” eran cantadas a los gritos mientras girábamos por el sur. Escuchábamos Motorhead, Chili Peppers y Beatles. Ciro estaba loco con los caños de “Savoy Truffle” del Album Blanco.
El aspecto comercial-discográfico fue explosivo para una compañía chica como Radio Trípoli y para la distribuidora Belgrano, empresas que se encontraban completamente desacostumbradas a este tipo de éxito, que se transformó en disco de oro prontamente. Mi 5 por ciento de nada de pronto se transformó en mucho. De ganar el equivalente a 200 dólares por mes pasé cobrar 2500. No me pregunten adónde fue a parar el dinero... tenía 19 años.
Guardo el mejor de los recuerdos del grupo de laburantes que nos acompañaron durante esos días, hoy escandalosamente lejanos. El equipo de sonido no está más, Tito Sebok y su asistente Quique fallecieron algunos años después. Por lo demás, ya lo sabía en aquel entonces, pero a la distancia los sentimientos se confirman: Ciro, Mariano, Leo, el Chino y Luciano fueron las mejores personas con las que alguna vez trabajé en la gran estafa del rock & roll.
* Encargado de prensa y road manager.
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